viernes, enero 27

Chicos de Medio Oriente, la cumbia es una mierda

En Palestina marchó al Fatah.

jueves, enero 19

Momento de la educación punkie

Por esas cosas del nomadismo y la viveza criolla, y por qué no, del sincero afecto familiar, repartimos las vacaciones entre los tres departamentos playeros del Este. Descubrí una cosa: en la costa no hay pobres. No hay niños pidiendo. Hay algunos artesanos acampando, sí, pero no se ven esos espectáculos terribles a los que nos acostumbró Montevideo. Es verdad, no estuve en el complejo Maldonado-Punta, pero tengo entendido que también allí mantienen a la gente con posibilidades diferentes lejos de los turistas.

En una heladería de Piriápolis me dí cuenta de que hacía semanas que no veía mendigos. Esperando pedir un expreso noté que la anciana que hacía cola delante de mí estaba envuelta en una bolsa de basura. Además, el cinturón de su vestido era un nylon transparente. Pensé qué raro, una señora pobre, tanto tiempo, y además comprando helados (o café, como yo). Cuando la señora se dio vuelta cambió mi impresión: la dama no era pobre ni estaba mal vestida. Lo que tenía puesto era un impermeable perfectamente cortado en un material inusual, el mismo que se usa para las bolsas marrones de basura.

De corroborar esta vuelta complicada de la moda a acordarme de las Hermanas Sleaze fue un pasito. Traté de que Mini-Me compartiera mi entusiasmo por la analogía, pero le faltaba el referente televisivo. Bien, para ella y para los que no hayan visto o quieran recordar juntos la peli Times Square, un par de parrafitos más.



En el año 1984 canal 10 emitió Times Square por primera vez (luego la repetiría, como todo) un domingo de noche, y apostaría que era otoño. Me acuerdo de esos detalles porque es uno de los momentos a los que vuelvo cuando quiero ejemplificar el hecho de que la tele ocasionalmente forma. Mientras veía la película tenía consciencia de estar ante algo diferente pero no aislado, de estar viendo sólo una muestra de un universo que existía en la realidad. Y mi pálpito era certero: pronto descubrí que la peli refería al mundo del punk/new wave, un mundo que efectivamente existía para los que vivían en otras ciudades, o, más cerca, en otros barrios, en lugares donde se podía zafar de la lucidez de los censores milicos y de la estupidez de los djs civiles. (Proceso cívico-militar es un rótulo a rescatar, porque, en este y otros temas, describe mucho mejor el clima de aquella época de rinocerontes).

También la peli hablaba de escapar de la estupidez. Una pobre niña rica y una marginaloide punk se fugan juntas de un hospital psiquiátrico. La música de la escena del escape es 'I wanna be sedated', y conviene aclarar que en aquellos años Ramones no era sinónimo de estadios argentinos ni de retardo a la Trotsky Vengarán. Era algo nuevo, raro, actual, poderoso. Igual que la peli, que también tenía música de los Cars, Lou Reed, y otras maravillas que voy a copiar abajo. También había cosas que ya me parecían dudosas, como las canciones de las propias fugaditas, las Sleaze Sisters (ay, su banda de apoyo era lo más antipunk del mundo, una manga de viejos pelotudos que en realidad representaban bastante bien a los músicos de Patti Smith, de Lou Reed, y a los de la banda sonora de Rocky Horror Picture Show), o directamente decpecionantes, como el final choto, pero de todos modos, lo que trasmitía la parte del medio era suficiente para entusiamar a un preadolescente periférico.

Al otro día, volví al liceo ansioso por comentar el programa con algún compañerito de clase. La única que la había visto era otra nerd, una beldad belga que entonces parecía inalcanzable. Pero no le había gustado. Así que había muchas clases de inadaptados y la cosa no iba a ser tan fácil. Igual me quedaba la música. Por aquellos días tramité un casette copiado de unos tales Sex Pistols. Y al tiempo suspendí a los Beatles.

Ah, tendría que aclarar por qué la vieja embolsada de Piriápolis me hizo acordar a las Hermanas Sleaze: es que cuando escapan del hospital las chicas improvisan unos trajes con bolsas de basura para despojarse de sus vestidos de pacientes psiquiátricas. Toda una metáfora punkie. Al final de la peli, los admiradores de la banda visten también bolsas de basura. Otra metáfora. Y ahora creo recordar que hace unos años hubo en verdad una minimoda de baja costura en nylon berreta. Una tragedia. Y ahora la veterana, que quién sabe de dónde habrá sacado su impermeable. Una comedia.

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Lo que sonaba en la peli:

1. Marcy Levy and Robin Gibb - Help Me
2. The Cars - Dangerous Type (not on soundtrack)
3. The Cure - Grinding Halt
4. D.L Byron - You Can't Hurry Love
5. David Johansen and Robin Johnson - Flowers In The City
6. Desmond Child & Rouge - The Night Was Not
7. Garland Jeffries - Innocent Not Guilty
8. Gary Numan - Down In The Park
9. Joe Jackson - Pretty boys
10. Lou Reed - Walk On The Wild Side
11. Patti Smith - Pissing In The River
12. Pretenders - Talk Of The Town
13. Ramones - I Wanna Be Sedated
14. Robin Johnson - Damn Dog
15. Robin Johnson - Damn Dog Reprise
16. Robin Johnson & Trini Alvarado - Your Daughter Is One
17. Roxy Music - Same Old Scene
18. Suzi Quatro - Rock Hard
19. Talking Heads - Life During Wartime
20. The Ruts - Babylon's Burning
21. XTC - Take This Town

Cómo no enloquecerse.

lunes, enero 9

La línea Sigmund

Hace una semana encontré el tipo de cosa que se consigue por lo que salen tres kilos de tomates o un vino malo en las góndolas literarias de los supers de la Costa de Oro. Es una novelita llamada La línea Sigmund. Se trata del tipo de novela detectivesco-histórica con adornos superficiales de ciencia y/o humanidades que después de leída habilita a lanzar un par de citas cultas en reuniones con señoras. Pero hay algo simpático en la idea del libro.

Lo que se cuenta son las tribulaciones de un psicólogo del ejército inglés que tiene que investigar cierto tipo de desapariciones regulares e inexplicadas que se producen en determinadas misiones secretas de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Estas misiones especiales son operativas de camuflaje, por llamarlas de algún modo: parece que los británicos y norteamericanos adoptaron durante un tiempo la modalidad de introducir en territorio hostil pequeños grupos destinados a sembrar la confusión tras las líneas enemigas. Muchos de estos grupos estaban entrenados para actuar como soldados alemanes, lo que incluía, además de nociones de alemán básico, el manejo de los procedimientos militares germanos. El asunto es que en muchos de estos comandos, que no estaban centralizados sino que pertencían a varias armas, ejércitos, etc. -cosas con la que se llena una novela-, comienza a observarse un porcentaje constante de bajas inexplicadas.

Lo interesante de la novela es que el camino hacia la solución está doblemente oscurecido. Por un lado, por la propia lógica de la ficción dectectivesca, que exige que las cosas no se resuelvan demasiado abruptamente, sobre todo habiendo un contrato previo por una novela de 400 páginas. Pero, por otro lado, ocurre que la historia está narrada desde el punto de vista del investigador no sólo en cuanto a perspectiva, sino también a un nivel más profundo, a nivel de visión del mundo. No hay más remedio que contar parte esencial de la novela para aclarar un poco esto: la conclusión de la larga investigación -donde claro, en el camino hay un poco de sexo y romance, otra manera de atrapar al lector, el tema del contrato, ok, ya se sabe- es que las bajas misteriosas no resultan ser tales sino más bien traiciones de guerra. Y es en la determinación del tipo psicológico de esta nueva clase de traidores donde se revela la óptica moral de la novela, porque se concluye que las personas que desertan son, de alguna manera 'errores' del filtro psicológico que redistribuye a los reclutas en el ejército: se trata de marginales, de personas con tendencias criminales, en fin, de lo contrario del supuesto soldado bueno que debía pelear la lucha justa. Y se excluye de plano la posiblidad de que estas personas pudieran sinceramente simpatizar con la causa enemiga, algo no tan disparatado si se considera que los grupos de infiltración estaban formados mayoritariamente por voluntarios.

Mención aparte merecen aquellos 'traidores' de quienes se concluye que se ven atraídos por los aspectos exteriores de los valores enemigos, sus uniformes, insignias, y todo lo que podría llamarse 'moda' del ejército alemán; allí el autor explota el costado de fantasía sexual que produjo toda la parafernalia nazi, especialmente la de los SS, enviando alguna guiñada al fascinating fascism de Susan Sontag. Uno de los soldados 'pervertidos', una vez recapturado, llega a declarar algo así como "si es correcto pelear por una bandera, tanto más lo es por un uniforme, que bien mirado, es un pedazo de tela mucho más elaborado". Momentos de humor como éste equilibran un poco el tono pedagógico de la novela, que después de todo el relleno psicológico-detectivesco, no se propone mucho más que jugar con la idea de que los uniformes alemanes eran mucho más lindos.

jueves, enero 5

Libros de estación

El verano también trae cosas buenas. Por ejemplo, uno tiene más oportunidades de acercarse a las librerías de balneario. Las librerías de balneario son lugares mágicos donde las cosas más maravillosas pueden llegar ocurrir, donde los pobres A y B de Kafka no sólo se encuentran sino que tal vez se casen y tengan hijos y sean felices para siempre. Las librerías de balneario tienen libros nuevos a precios ridículos, y si en vez de librerías propiamente son simples góndolas literarias de supermercadito*, tienen además de precios, títulos insólitos. Todo camuflado entre montañas de papel prensado, cierto, pero por suerte uno va de vacaciones a los balnearios y tiene tiempo para separar la paja del heno.

Todavía pienso que hay una conexión profunda entre la Atlántida y Thomas Bernhard. Tal vez sea evidente y se me devele en sueños, tal vez con lo que hay alcance. Lo cierto es que en Atlántida descubrí a Thomas Bernhard. Yo estaba muy mal, por culpa del mundo, claro, y dos amigas decidieron liquidar las últimas cuotas de su reserva de bondad llevándome unos días afuera. Pero como todos los nacidos en ciudades uno se cansa de la vida tranquila y precisa pequeñas dosis de ruido como para ir dejando el vicio de a poco. Si se prescribieran recetas para el síndrome de abstinencia urbano, seguro que en las de los médicos de Canelones se leería "Atlántida, una vez por semana hasta que desparezca el malestar". Como pacientes dóciles enfilamos hacia allí a la primera oportunidad. Terminamos aburriéndonos, desubicados entre mareas de gente que ya parecía más chica y más grande que nosotros. La errancia nos fue llevando no hacia una librería, sino a una especie de kiosko cheto retirado en un rincón apartado del centro. El camino de piedras blancas, lo veo ahora, estaba en combineta con los tuboluces del kiosko. Afuera, un repositorio de ofertas. Ahí estaba: diseño mínimo, colección Debate, un título irresistible. La primera ojeada impacta, no hay párrafos, no hay puntos, parece una novela hecha con una sola oración larguísima. Volvimos lunares, pero yo ya sabía lo que iba a hacer en cuanto llegáramos a la casa: leer Corrección hasta caer.

Varios años y varios Bernhards balnearios después**, vuelvo a Atlántida más feliz, bah, feliz, y sin excusas: vamos a rastrillar ofertas de libros y a comprar algún suplemento argentino. La ciudad del Águila nunca nos defrauda. Hace dos veranos encontré, en una libería que estoy seguro recibe su mercadería de un container cuya carga es volcada directamente sobre y debajo de las mesas de oferta, luego de lo cual los empleados se limitan a aprolijar las pilas de libros sin jamás reclasificarlos de acuerdo a otro criterio que el de la posición inicial producto de la caída desde ese mikado-volketa, en ese lugar que sería la pesadilla de Peter Kien, el maníaco libresco protagonista de Auto de Fe, la novela de Canetti que tuve que interrumpir anteayer porque justamente en esta librería a la que me estoy refiriendo encontré la oportunidad económica de darle otra oportunidad anímica a Aira, bien, en esa libería econtré, lleno de polvo e incluso con alguna huella, una de las que no precisa aclaración, una huella de zapato, allí en ese lugar econtré ese monumento llamado Extinción. Yo sabía que existía Extinción, pero al verlo allí no pude contener un grito de emoción, el mismo grito que sí debo aprender a reprimir en lugares donde las cifras se negocian. Es que el título, la carrera de Bernhard, aquellos trabajitos para Facultad levantados sobre i've heard something about a son of a gun named Extintion y sobre pueblos del mundo extinguíos, la mugre del libro en el piso abajo de la mesa más barata, la iluminación mínima, la amenza del calor, todo era demasiado perfecto. Y lo más placentero, la certeza de estar liberándome en ese preciso momento de la esperanza de encontrar otro Bernhard mejor. La certeza de haber encontrado el libro en el lugar.


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*Podría decir que en una góndola literaria encontré Muerte en Venecia en el supermercado Baccino de La Floresta. Pero es mentira. Sí encontré En busca de Klingsor hace dos años a 70 p, un precio irrisorio por la novela más ejemplarmente trucha del mundo.
**Algo así como Bad Bernhard, en alemán... y a veces, pocas, en inglés también.

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Mejor tema del S XXI: Daylighting (Life Without Buildings)