sábado, abril 19

Respirá profundo

El humo no se va. Hoy sábado parece que toda la cuadra estuviera quemando leña, pero no hay una pizca de olorcito a asado. De repente es mismo así; ahora cuando vaya a la feria veremos. Pero calculo que es lo mismo que pasó toda la semana: viene de los incendios en Entre Ríos.

Me fascina. No el aroma, claro, sino que sea argentino. De otro país. Creo que es lo que le pasaba a todo el mundo al principio: "cómo va a llegar hasta acá si estamos como a... doscientos quilómetros". En el fondo, le estaban pidiendo al viento que respetara la soberanía aérea del terruño. Y eso es justamente lo que me encanta a mí: cómo un fenómeno de lo más natural lo natural-natural ya no existe puede tirar abajo siglos de ideología. Las provincias, lo dice el aire, están unidas.

Mi alegría no es sólo por lo que significa para la causa de Gualeguaychú. Aunque cuesta encontrar un ejemplo más perfecto de sus argumentos: "allá les vá una semana de olor indeseado e inescapable, made in Entre Ríos. Por unos días, nomás. Ahora piensen cómo será olfatear huevos podridos toda la vida, cada vez que cambia el viento". La cabecita vuela: me imagino la selección política-económica pidiendo perdón, lagrimeando, admitiendo que era o la fábrica o el boicot internacional, echándole al a culpa a JB y sus secuaces, citando "clemencia para los vencidos". De alguna manera, creo que eso ya está pasando, no en los gobernantes sino en la hinchada súbita y unánime de las papeleras que consiguieron hace tres años.

Pero decía que no es eso lo que me alegra. Lo que me hace sentir como un niño es simplemente que el viento quemado venga de otro país. Parece que estuviéramos más cerca de otro país. Y estamos, pero siempre quieren hacérnoslo olvidar. En cualquier parte de Uruguay estamos bien cerca de dos países. Como los israelíes, o los palestinos. Hablando de las tribus del desierto, hace poco traducía un fragmentito de un historiador judío donde concluía que los países chicos tienen que entender que sus vecinos nunca tolerarán una política exterior agresiva, a la que los países grandes sí tienen acceso más frecuente. Me dieron ganas de hacer un asterisco para hablar de las papeleras, pero no venía al caso, ni quiero seguir hablando de ellas ahora.

Porque con este humo me pasa lo mismo que cuando escuchaba que aumentaban los suicidios en Alemania cuando llegaba el viento ionizado de Siberia. O que en Polonia nacieron más malformados en los meses que siguieron a Chernobyl. O que si me dijeran que está pasando lo mismo acá por culpa de la central nuclear de Rio Grande do Sul. Catástrofes que unen, podría decirse.

Ésta es una minicatástrofe, claro. Un poquito de humo que ni siquiera jode a los asmáticos (a este, por lo menos). Ya vendrá otro viento que se llevará el aroma y la niebla. Si viene con lluvia, también se va a liquidar el tema de la falta de agua en las represas. Si no llueve, seguiremos hablando de restricciones y crisis energética un par de semanas más, hasta que llueva, para volver al mismo rollo, arrancando de cero, dentro de un año.

Pero no nos olvidemos de estos días. De este olorcito fraterno. A mí, un olor insual me queda en la memoria para siempre. Normalmente, cuando vuelvo a sentirlo lo asocio a cosas buenas que me pasaron la primera vez. Los pinos, por ejemplo, son las primeras vacaciones. Hay un shampoo que me recuerda mi liberación de un trabajo insoportable y a un grupo de estudiantes extrajeros. Esta fogata argentina capaz que me hace acordar a la biblioteca nueva y a planes excitantes. ¿Qué te pasó la semana del humo que venía de Argentina? No lo dejes pasar. By the way, estamos teniendo otoño por primera vez en años.

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