Si no le hace falta. Por ahí tiene la necesidad de apuntar cosas en un papel o de agarrar la máquina de escribir. Eso hágalo, no se va a privar de un gusto inocente a su edad. Pero no le entregue la hoja a su asistente. Su asistente no lo asiste a usted, se asiste a sí misma. Es su trabajo. Si usted para, ella tiene que volver a una oficina. Usted sabe lo aburridas que pueden ser las oficinas. Lo que le estoy diciendo es que no publique. Eso es lo que no precisa: publicar. La editorial es la que precisa publicar. Pero atienda a su carrera. Yo sé que usted no es vanidoso y no piensa en esos términos. Igual le pido que recuerde a los colegas que admira o que admiraba. Fíjese en Borges, tan preocupado por borrar de su obra completa lo que escribió cuando era un muchacho. No haga usted al revés agregándole títulos innecesarios al final de su currículum. Que de repente alguno se pone a investigar cuál fue su último libro bueno y termina yéndose cuatro décadas atrás. Piense en Kafka, que mandó quemar lo que no tenía escrito. No alimente usted hogueras de depósitos enteros. Ardió Alejandría, maestro.
Decía que usted tiene una asistente. Me parece que a los que ya no escucha es a los amigos. Le deben quedar pocos, y esa debe ser una de las partes más tristes de llegar a su edad. Debe extrañar a mucha gente. Pero no se confunda. Los que le piden que siga adelante, que lo precisan, ésos no son amigos. Esos que no se dan cuenta de que usted está cansado. Serán, en el mejor de los casos, empleados. Y en el peor, familiares.
(De la novela epistolar Desenfunde, Goebbels, de Boris Gallega)
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