viernes, abril 13

Mis tres Kurts

A Kurt Erich Suckert no debía gustarle ser medio alemán, así que siempre firmó como Curzio Malaparte. Tendría 10 años cuando leí un fragmento de La piel –una serie de artículos donde describe el final de la Segunda Guerra Mundial en Italia- y, aunque no entendí mucho (¿qué quería decir que estaba de moda ser homosexual entre los intelectuales?), su idea de que nada más italiano que pisotear la propia bandera me acompaña hasta hoy*. Es potente, porque no lo dice un tano, sino un tano de alma, un converso. El otro día, por ejemplo, fui a ver el cursillo de Scorsese sobre cine italiano, y no pude evitar interpretar toda la carrera de Rossellini como la de un pastelero insoportable. Casi todos fueron fascistas, y el propio Curzio lo fue. Su librazo Técnica del golpe de Estado, sin embargo, lo volvió enemigo del régimen de Mussolini. No se sabe cómo, salió de la cárcel y se volvió el corresponsal de guerra más culto y apasionante que podría haber. Ex diplomático, medio periodista y gran escritor –arrimarse nomás a cualquiera de sus recopilaciones de cuentos-, Malaparte estuvo en casi todos los frentes de la gran guerra civil europea y dejó constancia de todo en Kaputt, su obra maestra.

Curzio murió en 1957.

* * *

Por la misma época, tal vez un poco antes, fui atrapado por el trazo de Jack Kirby. Sus superhéroes geométricos, sus máquinas impensables, sus sombras planas, la pura potencia hecha dibujo me cautivaron para siempre. Lo que no sabía a los 10 años es que yo era capaz de apreciar todo eso porque podía confrontarlo con un estándar artístico. Ese estándar tuvo un representante tan fino, tan armónico y tan dotado que, durante mucho tiempo, yo creía inconscientemente que no se trataba de un hombre, sino de una máquina. Ya adolescente, empecé a reconocer un patrón y a buscar una firma en esas ilustraciones perfectas: Curt Swan. Claro, no sólo yo era más grande, sino también él. Curt era el dibujante de Superman en los 50, y volvió aún más refinado en los 70 y primeros 80. Todavía me pregunto por qué me llevó tanto tiempo darme cuenta de su grandeza. De repente porque yo era lector (y por lo tanto, hincha) de Batman, el nocturno. Sin embargo, todavía me acuerdo de tardes enteras –siempre es otoño en mis recuerdos, porque el sol es bueno- leyendo tomos Novaro de Superman, que intercambiaba con compañeros de clase por mis Batman de Dick Sprang. Sin Curt Swan, nunca hubiera estado preparado para captar la exageración de Kirby.

Calculo que Swan era judío –como Siegel & Schuster, los creadores del Supes que él mejoró al límite- y que eso, sumado a la libertad patronímica norteamericana, habrá contribuido a que le pusieran Curt y no Kurt, como debe ser.

Curt murió en 1996.

* * *

Mi primer libro de Kurt Vonnegut me salió cinco pesos. El paquete incluía una corbata, que le regalé a mi hermano menor, y lo conseguí en un local del Ejército de Salvación que había (¿hay todavía?) en la calle Agraciada. La novela era Breakfast of Champions. Todavía tengo ese ejemplar de tapa agujereada que algún anormal había usado como apoyo para un sacabocados.

Empecé a hojear el libro ya en el ómnibus de vuelta a casa y la manera de escribir de ese tipo me volvió loco. Las frases cortas para dar vuelta razonamientos trascendentes. La locura como algo químico. El nazismo como un desbalance químico colectivo. Los dibujos simples pero estilizados. Y así. Y así.

El tipo me cayó simpático. Cuando vi una foto me resultó parecido a unos parientes míos, pero no los alemanes, como él, sino a los de una rama simpática de mi gran tronco italiano. A partir de ahí, pienso en Kurt como en un tío posible.

No sé cuánto tiempo después el amigo Benito me prestó Payasadas, un libro fallido, triste y lindo. No paro de comprarlo en ofertas (edición Pomaire) para regalarlo de vez en cuando. Tout c’est la: los melli que cuando se separan se debilitan y que cuando se juntan son genios. El apellido intermedio para armar familias gigantescas. Se ve que Kurt extrañaba a sus parientes.

Justo después de que murió mi viejo empecé a leer Matadero cinco. Es un librazo por otras cosas, pero a mí me hizo un bien enorme una idea lateral: la de que todos los tiempos están ocurriendo siempre, y que con sólo concentrarse uno podía no sólo recordarlos, sino vivirlos. Después me di cuenta de que no hacía falta tanto trabajo para estar con esa parte de mí que es mi padre, pero en el momento la ocurrencia loca de Kurt me cayó justa.

En la época del dólar barato me encargué Timequake (su última novela), y escribí sobre ella. El veterano estaba medio amargado, me dio la impresión; ahora me parece que yo estaba muy tecno. Lo cierto es que el viejo se mandó guardar por unos años, pero empezó a salir fuerte para pelear contra la reelección de Bush. Claro, gracioso y preciso. La mierda, qué lúcidos que son los viejos modernos y qué chotos que somos todos.

Kurt murió ayer.








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* Curioso: anoche se llevaron preso a un tipo por quemar una banderita norteamericana, acá, en Uruguay.

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