Mis tres Kurts
Curzio murió en 1957.
Por la misma época, tal vez un poco antes, fui atrapado por el trazo de Jack Kirby. Sus superhéroes geométricos, sus máquinas impensables, sus sombras planas, la pura potencia hecha dibujo me cautivaron para siempre. Lo que no sabía a los 10 años es que yo era capaz de apreciar todo eso porque podía confrontarlo con un estándar artístico. Ese estándar tuvo un representante tan fino, tan armónico y tan dotado que, durante mucho tiempo, yo creía inconscientemente que no se trataba de un hombre, sino de una máquina. Ya adolescente, empecé a reconocer un patrón y a buscar una firma en esas ilustraciones perfectas: Curt Swan. Claro, no sólo yo era más grande, sino también él. Curt era el dibujante de Superman en los 50, y volvió aún más refinado en los 70 y primeros 80. Todavía me pregunto por qué me llevó tanto tiempo darme cuenta de su grandeza. De repente porque yo era lector (y por lo tanto, hincha) de Batman, el nocturno. Sin embargo, todavía me acuerdo de tardes enteras –siempre es otoño en mis recuerdos, porque el sol es bueno- leyendo tomos Novaro de Superman, que intercambiaba con compañeros de clase por mis Batman de Dick Sprang. Sin Curt Swan, nunca hubiera estado preparado para captar la exageración de Kirby.
Calculo que Swan era judío –como Siegel & Schuster, los creadores del Supes que él mejoró al límite- y que eso, sumado a la libertad patronímica norteamericana, habrá contribuido a que le pusieran Curt y no Kurt, como debe ser.
Curt murió en 1996.
Empecé a hojear el libro ya en el ómnibus de vuelta a casa y la manera de escribir de ese tipo me volvió loco. Las frases cortas para dar vuelta razonamientos trascendentes. La locura como algo químico. El nazismo como un desbalance químico colectivo. Los dibujos simples pero estilizados. Y así. Y así.
El tipo me cayó simpático. Cuando vi una foto me resultó parecido a unos parientes míos, pero no los alemanes, como él, sino a los de una rama simpática de mi gran tronco italiano. A partir de ahí, pienso en Kurt como en un tío posible.
No sé cuánto tiempo después el amigo Benito me prestó Payasadas, un libro fallido, triste y lindo. No paro de comprarlo en ofertas (edición Pomaire) para regalarlo de vez en cuando. Tout c’est la: los melli que cuando se separan se debilitan y que cuando se juntan son genios. El apellido intermedio para armar familias gigantescas. Se ve que Kurt extrañaba a sus parientes.
Justo después de que murió mi viejo empecé a leer Matadero cinco. Es un librazo por otras cosas, pero a mí me hizo un bien enorme una idea lateral: la de que todos los tiempos están ocurriendo siempre, y que con sólo concentrarse uno podía no sólo recordarlos, sino vivirlos. Después me di cuenta de que no hacía falta tanto trabajo para estar con esa parte de mí que es mi padre, pero en el momento la ocurrencia loca de Kurt me cayó justa.
En la época del dólar barato me encargué Timequake (su última novela), y escribí sobre ella. El veterano estaba medio amargado, me dio la impresión; ahora me parece que yo estaba muy tecno. Lo cierto es que el viejo se mandó guardar por unos años, pero empezó a salir fuerte para pelear contra la reelección de Bush. Claro, gracioso y preciso. La mierda, qué lúcidos que son los viejos modernos y qué chotos que somos todos.
Kurt murió ayer.
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* Curioso: anoche se llevaron preso a un tipo por quemar una banderita norteamericana, acá, en Uruguay.
Etiquetas: arte, fidelidad, literatura
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