sábado, noviembre 11

Juventudes Papeleras

Está de moda: agarrar a un veterano, si es prestigioso mejor, y achacarle haber servido al ejército alemán, o directamente, haber sido un nazi. Arrancó con Ratzinger, pero después la mira se corrió a la izquierda. El caso más notorio fue el de Günter Grass -una mezcla de autobombo editorial y oportunismo carroñero-, pero ya va un par de semanas que están jorobando al vejete Habermas.

Parece que a los 14 años había sido líder de la Juventudes Hitlerianas, que eran la división infantil del Partido Nacionalsocialista. Si es bastante disparatado intentar embarrar a alguien por algo que hizo en su adolescencia (y acá, en Uruguay, es hasta ilegal), también fueron muy graciosos los argumentos con lo que salieron a defender al viejo Jürgen: que no era líder, sino una especie de encargado administrativo, y por eso le firmaba los carnecitos a los compañeros; que nunca podía haber sido líder, porque aunque rubiecito y alto, Habermas siempre fue mellado.

Es todo muy estúpido. La única pregunta importante es esta: ¿cómo hacer, a los 9, a los 12, a los 17 años, para no ser miembro de las Hitlerjugend?

Y no hablo sólo de la presión social -si tus padres no se habían ido del país tenías que seguir la corriente o morir- sino de la psicológica, la que obliga a todo niño a querer lo que sus compañeritos. ¿Cómo no desear ser un super boy-scout, tener amigos, campamentear* lejos de casa y encima ser un minihéroe por eso? ¿Cómo escapar de una formación que te prepara para la gloria máxima y te da la oportunidad de empezar el camino a los 8 años?

Todos los que hoy son viejos eran niños nazis. No hay misterios.

Ahora, supongamos que, si todo va bien, la ecología deja de ser un reclamo de minorías y se acepta como un enfoque serio de la política; pongamos que los hijos de puta siguen gobernando, pero se la empieza a ver como una rama de la economía (que lo es: economía ambiental). Digamos que en 30 años hay un consenso mundial en torno al tema, y que cualquier actividad contaminante pasa a ser un delito político, de manera similar a lo que pasó con la esclavitud.

En ese caso, el Uruguay actual pasaría a ser una nación de criminales irracionales. Gualeguaychú podría ser un mojón heroico en la batalla por el bien, y Batlle-Tabaré los líderes oscuros finalmente derrotados.

Los que seamos veteranos en esa época deberemos defendernos por haber atacado al planeta, a la Madre Naturaleza, a la Razón. Tendríamos excusas, claro, desde las económicas hasta las personales ("yo estaba en contra, pero como todo el mundo estaba a favor..."). A la mayoría las conocemos: son los argumentos de los últimos gobiernos.

Es cierto, ahora hay libertad de prensa y uno puede manifestar en contra de las papeleras, etcétera. Pero yo ví en febrero cómo cagaban a piñas a un hombre-sandwich medio crazy por manifestar a favor de Cuba y en contra de las papeleras por la feria de Tristán Narvaja. Y no hice nada. Y están construyendo las plantas, y no hago nada. (Y, entre nosotros, no es que me parezca que tenga que hace mucho, tampoco).

Para la ley, para la correción política del futuro, seré un criminal o no; depende de por dónde agarre la opinión pública mundial. Ahora, sé que puedo llegar a serlo, y comprendo bien los pasos que pueden llevar a que una idea inaceptable se vuelva la esencia del proyecto nacional. Igual que en los años 30.

Así que no jodamos a los viejitos alemanes. Puede que seamos como ellos.


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*'Mein Kampf' viene de ahi. Ya lo dijo Benny Hill.

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