jueves, julio 20

Salve deporte, eres el opio. Volvió Schumi. El arte apesta. No me regalen más whisky.

Pasa algo feo, nos pasa cerca (y pasó) y sobrevivimos, pero a costa de mutar, de volvernos un poco eso que quiso matarnos. Ése es el corolario Goodchild al aforismo de Nietzsche. Pero así como lo que no nos mata nos hace extraños, lo que no nos amenaza nos hace familiares.

De los cientos, de los millones de fantasías que inventamos para autoengañarnos acerca de que todo no es caos -los relojes, los anillos- sólo una nos salva. Bueno, tal vez dos. Una es la rutina. La buena rutina.

Porque ya se sabe: las semanas no tienen sentido. Siete, qué numero desparejo. Los años no existen. 365, por favor. Sólo la rutina existe. La rutina sostiene a esa crazy little idea llamada tiempo. Un pacto largo entre hombres, igual que hablar.

La rutina ayuda a soportar lo terrible. Pero claro, el trabajo embrutece. El deporte, en cambio, es rutina, pero no pide nada. La buena rutina. Es la confirmación paciente de que ahí están las semanas -¡hasta el próximo domingo!- y pide poco. Un poco de atención. Nada de reflexión, como los libros, los cuadros, las canciones.

Aparte, el arte no es rutina. Aparto el harto. Sólo la rutina cura. La rutina es olvido de lo terrible, el arte es el recuerdo.

Cada campeonato es el retorno de lo mismo un poco distinto. Los jugadores pasan mientras los equipos quedan. Hay héroes, pero también hay historia. Envejecemos y la tribu permanece.

* * *
Me acuerdo de un fin de semana terrible, hace años, con hipotermia psicofísica, mirando jugar a Agazzi y pensando 'ojalá me gustara el tenis'.

* * *

Volvió Schumi. Schumi va a morir. Schumi es un asesino (de jóvenes promesas). Schumi es Ferrari. Ferrari es inmortal. La velocidad es eterna.

Sólo hay que llegar al domingo.

Etiquetas: , ,