lunes, enero 9

La línea Sigmund

Hace una semana encontré el tipo de cosa que se consigue por lo que salen tres kilos de tomates o un vino malo en las góndolas literarias de los supers de la Costa de Oro. Es una novelita llamada La línea Sigmund. Se trata del tipo de novela detectivesco-histórica con adornos superficiales de ciencia y/o humanidades que después de leída habilita a lanzar un par de citas cultas en reuniones con señoras. Pero hay algo simpático en la idea del libro.

Lo que se cuenta son las tribulaciones de un psicólogo del ejército inglés que tiene que investigar cierto tipo de desapariciones regulares e inexplicadas que se producen en determinadas misiones secretas de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Estas misiones especiales son operativas de camuflaje, por llamarlas de algún modo: parece que los británicos y norteamericanos adoptaron durante un tiempo la modalidad de introducir en territorio hostil pequeños grupos destinados a sembrar la confusión tras las líneas enemigas. Muchos de estos grupos estaban entrenados para actuar como soldados alemanes, lo que incluía, además de nociones de alemán básico, el manejo de los procedimientos militares germanos. El asunto es que en muchos de estos comandos, que no estaban centralizados sino que pertencían a varias armas, ejércitos, etc. -cosas con la que se llena una novela-, comienza a observarse un porcentaje constante de bajas inexplicadas.

Lo interesante de la novela es que el camino hacia la solución está doblemente oscurecido. Por un lado, por la propia lógica de la ficción dectectivesca, que exige que las cosas no se resuelvan demasiado abruptamente, sobre todo habiendo un contrato previo por una novela de 400 páginas. Pero, por otro lado, ocurre que la historia está narrada desde el punto de vista del investigador no sólo en cuanto a perspectiva, sino también a un nivel más profundo, a nivel de visión del mundo. No hay más remedio que contar parte esencial de la novela para aclarar un poco esto: la conclusión de la larga investigación -donde claro, en el camino hay un poco de sexo y romance, otra manera de atrapar al lector, el tema del contrato, ok, ya se sabe- es que las bajas misteriosas no resultan ser tales sino más bien traiciones de guerra. Y es en la determinación del tipo psicológico de esta nueva clase de traidores donde se revela la óptica moral de la novela, porque se concluye que las personas que desertan son, de alguna manera 'errores' del filtro psicológico que redistribuye a los reclutas en el ejército: se trata de marginales, de personas con tendencias criminales, en fin, de lo contrario del supuesto soldado bueno que debía pelear la lucha justa. Y se excluye de plano la posiblidad de que estas personas pudieran sinceramente simpatizar con la causa enemiga, algo no tan disparatado si se considera que los grupos de infiltración estaban formados mayoritariamente por voluntarios.

Mención aparte merecen aquellos 'traidores' de quienes se concluye que se ven atraídos por los aspectos exteriores de los valores enemigos, sus uniformes, insignias, y todo lo que podría llamarse 'moda' del ejército alemán; allí el autor explota el costado de fantasía sexual que produjo toda la parafernalia nazi, especialmente la de los SS, enviando alguna guiñada al fascinating fascism de Susan Sontag. Uno de los soldados 'pervertidos', una vez recapturado, llega a declarar algo así como "si es correcto pelear por una bandera, tanto más lo es por un uniforme, que bien mirado, es un pedazo de tela mucho más elaborado". Momentos de humor como éste equilibran un poco el tono pedagógico de la novela, que después de todo el relleno psicológico-detectivesco, no se propone mucho más que jugar con la idea de que los uniformes alemanes eran mucho más lindos.