jueves, enero 5

Libros de estación

El verano también trae cosas buenas. Por ejemplo, uno tiene más oportunidades de acercarse a las librerías de balneario. Las librerías de balneario son lugares mágicos donde las cosas más maravillosas pueden llegar ocurrir, donde los pobres A y B de Kafka no sólo se encuentran sino que tal vez se casen y tengan hijos y sean felices para siempre. Las librerías de balneario tienen libros nuevos a precios ridículos, y si en vez de librerías propiamente son simples góndolas literarias de supermercadito*, tienen además de precios, títulos insólitos. Todo camuflado entre montañas de papel prensado, cierto, pero por suerte uno va de vacaciones a los balnearios y tiene tiempo para separar la paja del heno.

Todavía pienso que hay una conexión profunda entre la Atlántida y Thomas Bernhard. Tal vez sea evidente y se me devele en sueños, tal vez con lo que hay alcance. Lo cierto es que en Atlántida descubrí a Thomas Bernhard. Yo estaba muy mal, por culpa del mundo, claro, y dos amigas decidieron liquidar las últimas cuotas de su reserva de bondad llevándome unos días afuera. Pero como todos los nacidos en ciudades uno se cansa de la vida tranquila y precisa pequeñas dosis de ruido como para ir dejando el vicio de a poco. Si se prescribieran recetas para el síndrome de abstinencia urbano, seguro que en las de los médicos de Canelones se leería "Atlántida, una vez por semana hasta que desparezca el malestar". Como pacientes dóciles enfilamos hacia allí a la primera oportunidad. Terminamos aburriéndonos, desubicados entre mareas de gente que ya parecía más chica y más grande que nosotros. La errancia nos fue llevando no hacia una librería, sino a una especie de kiosko cheto retirado en un rincón apartado del centro. El camino de piedras blancas, lo veo ahora, estaba en combineta con los tuboluces del kiosko. Afuera, un repositorio de ofertas. Ahí estaba: diseño mínimo, colección Debate, un título irresistible. La primera ojeada impacta, no hay párrafos, no hay puntos, parece una novela hecha con una sola oración larguísima. Volvimos lunares, pero yo ya sabía lo que iba a hacer en cuanto llegáramos a la casa: leer Corrección hasta caer.

Varios años y varios Bernhards balnearios después**, vuelvo a Atlántida más feliz, bah, feliz, y sin excusas: vamos a rastrillar ofertas de libros y a comprar algún suplemento argentino. La ciudad del Águila nunca nos defrauda. Hace dos veranos encontré, en una libería que estoy seguro recibe su mercadería de un container cuya carga es volcada directamente sobre y debajo de las mesas de oferta, luego de lo cual los empleados se limitan a aprolijar las pilas de libros sin jamás reclasificarlos de acuerdo a otro criterio que el de la posición inicial producto de la caída desde ese mikado-volketa, en ese lugar que sería la pesadilla de Peter Kien, el maníaco libresco protagonista de Auto de Fe, la novela de Canetti que tuve que interrumpir anteayer porque justamente en esta librería a la que me estoy refiriendo encontré la oportunidad económica de darle otra oportunidad anímica a Aira, bien, en esa libería econtré, lleno de polvo e incluso con alguna huella, una de las que no precisa aclaración, una huella de zapato, allí en ese lugar econtré ese monumento llamado Extinción. Yo sabía que existía Extinción, pero al verlo allí no pude contener un grito de emoción, el mismo grito que sí debo aprender a reprimir en lugares donde las cifras se negocian. Es que el título, la carrera de Bernhard, aquellos trabajitos para Facultad levantados sobre i've heard something about a son of a gun named Extintion y sobre pueblos del mundo extinguíos, la mugre del libro en el piso abajo de la mesa más barata, la iluminación mínima, la amenza del calor, todo era demasiado perfecto. Y lo más placentero, la certeza de estar liberándome en ese preciso momento de la esperanza de encontrar otro Bernhard mejor. La certeza de haber encontrado el libro en el lugar.


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*Podría decir que en una góndola literaria encontré Muerte en Venecia en el supermercado Baccino de La Floresta. Pero es mentira. Sí encontré En busca de Klingsor hace dos años a 70 p, un precio irrisorio por la novela más ejemplarmente trucha del mundo.
**Algo así como Bad Bernhard, en alemán... y a veces, pocas, en inglés también.

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Mejor tema del S XXI: Daylighting (Life Without Buildings)