Me gusta cuando hablas
En su mejor novela, El arrancacorazones, Boris Vian pinta una aldea de campesinos bestiales. Para atraerlos a su iglesia, el cura del pueblo organiza peleas de box, donde simula combatir con su sacristán, debidamente disfrazado de diablo. También hace otras cosas, como inventar cancioncitas delirantes para que la gente cante, y de paso inculcarles una idea revolucionaria: "Jesús es un lujo". A los campesinos, sin embargo, no les interesa el lujo, sino sólo su cosecha. Aburridos de los espectáculos del sacerdote, claman por lluvia. El sacerdote contesta que Dios está más allá de esas exigencias materiales. El lobby telúrico se pone pesado: "¡Que llueva!". El cura resiste hasta que la multitud empieza a apedrearlo. "¡Está bien, está bien! Lloverá". Cae agua, los amigos de Mujica se retiran felices. Fin de la escena (y fin de la sequía), pero no de la novela, que es absolutamente recomendable, de lectura imperiosa, necesaria, vital, pero por otras cosas, no solamente por esta demostración invertida del mecanismo religioso.
Hace un par de días, el obispo de Mercedes, Carlos Collazzi, tuvo la bondad de recordarme la obra de arte de Vian. El sacerdote católico llamó a rezar para acabar con la sequía que -como todos los veranos- azota a nuestras amarilleantes praderas. Me hizo feliz. Como me hizo feliz Cotugno, al amenzar con la excomunión a los parlamentarios que votaran a favor de la ley de aborto. No, me hizo más feliz. Porque además de a Vian, me hizo recordar a mi viejo, que sutilmente me enseñó que la religión es superstición. (No es que papá fuera tan simplista -era socialista-, pero le pareció que era todo lo que un niño tendría que aprender sobre el tema. Ya vendría gente como Tucogno a explicarme los apectos organizacionales de su espiritualidad. Pero, antes estuvo la lectura directa de la Biblia, para comprobar que que los diez mandamientos están bien. Bueno, tal vez ocho. Y después Nietzsche, para despreciar a Jesús. Y después La vida de Brian, para entender a su secta. Y después Zizek, para dudar: Jesus was Vader - Jesus was right?)
Me fui por la rama genealógica (serán días de Rama). Lo bueno es que este obispo me avivó de que los católicos también piden por lluvia. Yo pensaba que eran los indios. Pray for rain. Los paganos, los pueblos apegados a la tierra, a la magia. Los que hacían sacrificios a los astros y las estaciones. Aunque ahora que me acuerdo, los cristianos hacían algo con un cordero. ¿Pero rezar por lluvia? ¿Por la cosecha? Es el eterno retorno, pero no el de Rocken, sino el de Mircea Eliade. Por otro lado, los umbandistas nunca dejaron de matar animalitos. Ahora la Intendencia Menchevique de Montevideo quiere impedir que dispongan libremente sus restos rituales por toda la ciudad. Que sea rápido, camaradas: cuando se les una la iglesia romana ninguna brigada va a poder limpiar tanta sangre sacrificial.
Decía también que Cotugno me hizo feliz por motivos parecidos. Porque me parece bueno que la Iglesia exponga su esencia, de vez en cuando. No se trata de un grupo de discusión, sino de una congregación doctrinal. No tiene partidarios o socios, tiene fieles. Su líder tiene derecho, es más, tiene el deber, de reclamarles obediencia. Eso es lo que es una iglesia: un grupo de poder que actúa de manera disciplinada. Está más cerca de un ejército que de un partido. Lo extraño es que dejen entrever a los legos su verdadera manera de conducirse. Así que gracias, Tucogno, por mostrarnos cómo se relacionan internamente, gracias por exponer a qué lobby pertenecen algunos legisladores -por ejemplo, todos los del Partido Blanco-, y gracias retroactivas a todos los que ayudaron a hacer y mantener un Estado laico.
By the way, entre estos últimos no se va a poder incluir a la familia Vázquez-Delgado. Su última arremetida contra la laicidad viene de mano de la... ¡droga!. Los muy cristianos -Jorge Vázquez, hermano del presidente, y Milton Romani, supuesto experto oficial en adicciones- acaban de cerrar un acuerdo para que diversas congregaciones se hagan cargo de la rehabilitación de menores drogadictos. Tercerizaron una actividad que es claro deber de la salud pública con la excusa de la falta de recursos propios y la abundancia de experiencia de los religiosos. De lo que se olvidan es de que los cristianos tienen experiencia en convertir gente -eso es básicamente lo que los separó de los judíos, en cuanto organización, claro, su voluntad de expandir la feligresía- y que los pibes a los que tal vez salven de la droga van a entrar a adorar a un amigo imaginario que a veces les pide cosas muy concretas, como ya nos demostró, por suerte, el ítaloarzobispo de Montevideo.
Y, hablando de drogas y de gente que empieza a hablar, también nos alegra que El Pai Gurú -religioso también, claro- haya abandonado la región de la metáfora rural. Ahora Mujica opina de cosas concretas, porque está en campaña. Gracias, Pepe, gracias. Nos enteramos de que tiene un plan muy moderno para rehabilitar a los menores que se "pichicatean" (no es lenguaje anticuado, ojo, es un concepto que nunca dejó de estar vigente en algunos valles de Austria). Y otro para impedir que se propague la enfermedad infectocontagiosa de la droga (es una metáfora, malditos universitarios). Y su ladero Fernández Huidobro, que anda "calzado" igual que él, tiene un muy buen proyecto para mejorar la seguridad pública: tercerizarla, cuarterizarla (pun intended), multiplicarla hasta llegar a un hombre, un arma. Este hombre, que pasó tan mal en la cárcel pero que no deja de adorar la estructura de la institución que lo torturó, quiere que cada cual corra el riesgo de tener un arma en su casa para detener a la delincuencia, e invoca el derecho a portar armas.
Yo pensaba justamente que lo bueno de vivir en una sociedad civilizada era la libertad de no tener que portar un arma.
Hace un par de días, el obispo de Mercedes, Carlos Collazzi, tuvo la bondad de recordarme la obra de arte de Vian. El sacerdote católico llamó a rezar para acabar con la sequía que -como todos los veranos- azota a nuestras amarilleantes praderas. Me hizo feliz. Como me hizo feliz Cotugno, al amenzar con la excomunión a los parlamentarios que votaran a favor de la ley de aborto. No, me hizo más feliz. Porque además de a Vian, me hizo recordar a mi viejo, que sutilmente me enseñó que la religión es superstición. (No es que papá fuera tan simplista -era socialista-, pero le pareció que era todo lo que un niño tendría que aprender sobre el tema. Ya vendría gente como Tucogno a explicarme los apectos organizacionales de su espiritualidad. Pero, antes estuvo la lectura directa de la Biblia, para comprobar que que los diez mandamientos están bien. Bueno, tal vez ocho. Y después Nietzsche, para despreciar a Jesús. Y después La vida de Brian, para entender a su secta. Y después Zizek, para dudar: Jesus was Vader - Jesus was right?)
Me fui por la rama genealógica (serán días de Rama). Lo bueno es que este obispo me avivó de que los católicos también piden por lluvia. Yo pensaba que eran los indios. Pray for rain. Los paganos, los pueblos apegados a la tierra, a la magia. Los que hacían sacrificios a los astros y las estaciones. Aunque ahora que me acuerdo, los cristianos hacían algo con un cordero. ¿Pero rezar por lluvia? ¿Por la cosecha? Es el eterno retorno, pero no el de Rocken, sino el de Mircea Eliade. Por otro lado, los umbandistas nunca dejaron de matar animalitos. Ahora la Intendencia Menchevique de Montevideo quiere impedir que dispongan libremente sus restos rituales por toda la ciudad. Que sea rápido, camaradas: cuando se les una la iglesia romana ninguna brigada va a poder limpiar tanta sangre sacrificial.
Decía también que Cotugno me hizo feliz por motivos parecidos. Porque me parece bueno que la Iglesia exponga su esencia, de vez en cuando. No se trata de un grupo de discusión, sino de una congregación doctrinal. No tiene partidarios o socios, tiene fieles. Su líder tiene derecho, es más, tiene el deber, de reclamarles obediencia. Eso es lo que es una iglesia: un grupo de poder que actúa de manera disciplinada. Está más cerca de un ejército que de un partido. Lo extraño es que dejen entrever a los legos su verdadera manera de conducirse. Así que gracias, Tucogno, por mostrarnos cómo se relacionan internamente, gracias por exponer a qué lobby pertenecen algunos legisladores -por ejemplo, todos los del Partido Blanco-, y gracias retroactivas a todos los que ayudaron a hacer y mantener un Estado laico.
By the way, entre estos últimos no se va a poder incluir a la familia Vázquez-Delgado. Su última arremetida contra la laicidad viene de mano de la... ¡droga!. Los muy cristianos -Jorge Vázquez, hermano del presidente, y Milton Romani, supuesto experto oficial en adicciones- acaban de cerrar un acuerdo para que diversas congregaciones se hagan cargo de la rehabilitación de menores drogadictos. Tercerizaron una actividad que es claro deber de la salud pública con la excusa de la falta de recursos propios y la abundancia de experiencia de los religiosos. De lo que se olvidan es de que los cristianos tienen experiencia en convertir gente -eso es básicamente lo que los separó de los judíos, en cuanto organización, claro, su voluntad de expandir la feligresía- y que los pibes a los que tal vez salven de la droga van a entrar a adorar a un amigo imaginario que a veces les pide cosas muy concretas, como ya nos demostró, por suerte, el ítaloarzobispo de Montevideo.
Y, hablando de drogas y de gente que empieza a hablar, también nos alegra que El Pai Gurú -religioso también, claro- haya abandonado la región de la metáfora rural. Ahora Mujica opina de cosas concretas, porque está en campaña. Gracias, Pepe, gracias. Nos enteramos de que tiene un plan muy moderno para rehabilitar a los menores que se "pichicatean" (no es lenguaje anticuado, ojo, es un concepto que nunca dejó de estar vigente en algunos valles de Austria). Y otro para impedir que se propague la enfermedad infectocontagiosa de la droga (es una metáfora, malditos universitarios). Y su ladero Fernández Huidobro, que anda "calzado" igual que él, tiene un muy buen proyecto para mejorar la seguridad pública: tercerizarla, cuarterizarla (pun intended), multiplicarla hasta llegar a un hombre, un arma. Este hombre, que pasó tan mal en la cárcel pero que no deja de adorar la estructura de la institución que lo torturó, quiere que cada cual corra el riesgo de tener un arma en su casa para detener a la delincuencia, e invoca el derecho a portar armas.
Yo pensaba justamente que lo bueno de vivir en una sociedad civilizada era la libertad de no tener que portar un arma.
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