domingo, agosto 15
Vamos a andar probando otras notas y otro servidor en http://jglagos.tumblr.com
El plural va por si alguno quiere darse una vuelta conmigo. También como homenaje a Tabaré I.
viernes, enero 8
¿Existe Dios?
Con los Beatles estuvo muy mal. Liquidó a John, la mejor voz del rock (bueno, de repente comparte el puesto con Han Solo, que está vivo y tocando con Bruce Springsteen). Me acuerdo de que el día que llegó mi viejo con el Mundocolor que decía en la portada ASESINARON A JOHN LENNON lo primero que pensé fue POR LO MENOS SE VAN A DEJAR DE JODER CON LA REUNIÓN DE LOS BEATLES. Tenía 9 años. No me puse tan triste como con la muerte de Gilles Villeneuve pero fue muy raro. Igual todavía me faltaban dos años para volverme un beatlemaníaco y dejar de leer toda clase de libros por un buen tiempo para dedicar mis horas libres a la interpretación de las letras beatle (para lo que tuve que aprender inglés). El tema es que los Beatles pasaron a un status faraónico ese 8 de diciembre de 1980. ¿Qué se puede hacer con Paul y Ringo? ¿Una kermesse? Paul es grandioso, claro, pero sin John... Se podría dividir el mundo en Johns y Pauls. Creo que yo sería un Paul, pero por eso mismo sé que John es grande. Y que los Beatles ahora son sólo discos, discos de discos, y una película.
En cambio, a los Who los depuró. Cualquiera que haya escuchado los demos que grababa Pete Townshend sabe que los temas ya estaban perfectos en esa cabecita de guitarrista y que la banda se los empeoraba. Todo lo que está mal en el rock, en la música, lo representan el mongólico demoledor de hoteles Keith Moon y el choto de John Entwistle, el dúo batería bajo más insoportable del mundo. Dos imbéciles, dos Fattorusos arruinalotodo. Dos odiadores de todo lo bueno de la música, de todo lo negro y de todo lo alemán. Dos tipos sin ritmo y con una pulsión enfermiza por llenar cada silencio con un golpe innecesario. Juro que escuchaba el Live at Leeds con el parlante del bajo apagado (la batería desgraciadamente estaba en los dos canales). El asunto, amigos, es que estos dos tarados, que cuando compusieron sólo hicieron basura poco imaginativa y, por supuesto, sin nada de soul, son fiambre. Los Who están intactos, más viejos pero más fuertes. Daltrey es un buen vocalista y un gran armonizador. Townshend, sordito y todo, es una de las guitarras más originales y filosas de la historia. Cómo me gustaría verlos en vivo. Y puede ser. Si Dios existe.
- - - - - - - -
Escudo antitelépatas: So sad about us (Townsend), San Francisco Zoo (Merrit).
sábado, octubre 3
Motorreferente
Pero también pasa algo inverso. Desde hace algunos años, no preciso tanto al blog para descargar lo que pienso sobre varios asuntos. Escribo, mucho, para el diario y para otros lugares. Básicamente, sobre literatura y asuntos culturales, que para mí son los mejores ámbitos para colar opiniones sobre asuntos sociales. Contrabando ideológico, con todo el placer de ser contrabandista. Tal vez ahora está más metido que nunca en asuntos políticos, con más pasión por la historia local y regional que nunca antes. A la vez, con una distancia cada vez mayor, guardando afecto solamente para aquello que ya no puede volver, que está a distancia segura. (By the way: el otro día escuché a alguien referirse a un candidato como Don Pepe. No, amigo. Don Pepe, para mí, siempre es otro).
La semana pasada volvió por unos días un amigo exiliado económico. Está igual. Yo no. Pero entre las cosas buenas que me trajo está el orgullo por los orígenes. Durante un tiempo dejé que me hicieran percibir como un handicap mi falta de militancia partidaria. Me distraje. Es una de mis medallas. Me eduqué en los 80 y no tengo por qué renegar de eso. No soy un desinteresado, soy un desconfiado. No es una mala manera de mirar los asuntos colectivos.
No he sido, sin embargo, un tipo inactivo o solitario. Y en lo que va de 2004 hasta ahora me comprometí con varias causas importantes, cuando hasta entonces sólo era un "soldado del rock". Ya mencioné el asunto periodístico, toda una rareza colectiva en la prensa uruguaya, pero además está el asunto de Mini-Me. Ich bin ein Vater. Not Darth, espero. Descubrí que si es cierto que a grandes poderes, grandes responsabilidades, también al revés. Soy más fuerte, estoy más enfocado.
Lo penúltimo que acabo de escribir, especie de aforismo trucho/nerdy -"Stan Lee got it wrong: a grandes responsabilidades grandes poderes"- tiene también que ver con el abandono del blog. No la frase en sí, sino el tipo de expresión. Desde hace meses, las cosas que subo a la red están en formato Tweeter. Al principio, Facebook, como a muchos, me enojaba porque era lo opuesto al blog: cero discusión, pura superficie, contacto banal. Intenté hacer algunos cruzamientos, armar algún lío, cosas así, sin suerte. Pero luego apareció Tweeter y me dí cuenta de que se puede usar para disparar chisporroteos, frases sueltas, guiñadas, aforigmurs, que alguien, alguna vez, responde cómplice. Está bien, Tweeter es eso. El que publique ahí algo muy en serio, gratis, es un idiota. En mi caso, usarlo como proponen (escribir realmente que estoy pensando o haciendo) sería minar mi verdadero trabajo. Si tengo una buena idea, la pongo en práctica antes de avisarla.
No sé qué hacer con el blog. Para MVC hay que dejarlos en suspenso hasta que salga algo. Puede ser, o tal vez abra otro, más específico, en un servidor más ondero. Supongo que si hay un tipo de texto con derecho a ser autorreferente, es el de la bitácora, blog, diario.
Un aforigmur de hoy de mañana: de niño pensaba sólo podría tener novias a las que les gustaran los Beatles. Hoy no conozco ninguna mujer a la que no le gusten los Beatles.
Auf wiedersehen.
lunes, febrero 23
Los futuros murguistas
(Gabriela Goss, Asamblea Popular, diciembre de 1989).
Esta novela de Boris Gallega está entre la ciencia ficción y el relato histórico, pero a diferencia de otras utopías negativas, como 1984 de George Orwell o El hombre en el castillo de Phillip Dick, no se sitúa en un tiempo (ni lugar) lejano, sino en uno bien próximo. La historia es muy simple: en pocos años, la cultura uruguaya ha sido tomada por el carnaval. El título Los futuros murguistas refiere a un plan político para formar generaciones de carnavaleros y afines a partir de la instalación, con dineros estatales, de talleres especiales para la educación de los jóvenes en las distintas disciplinas de la llamada fiesta de Momo. Mario Hernández, periodista deportivo, se topa por casualidad con documentos que probarían que los talleres son parte de un proyecto de ex tupamaros para barrer a sus enemigos en el campo de la cultura, y junto a su compañero Wilson Espósito (escéptico, como buen trabajador de la sección Espectáculos) se ve envueltos en una serie de episodios que incluyen varias salidas humorísticas.
Entre estas últimas está lo mejor (poco) y también lo peor (mucho) de la novela. Las ocurrencias de Kalashnikof, el director de cultura municipal -que entre otras cosas llama a repeler ¡una invasión argentina! con una cuerda de mil tambores- resultan graciosas, pero ese afán por hacer reír le quita verosimilitud a la historia, acercándola demasiado a una especie de realismo fantástico tragicómico. A la vez, esto está relacionado con la triste visión política de la novela, porque cabe aclarar que todo se desarrolla bajo el gobierno de un partido de izquierda (obviamente, el Frente Amplio). Si se tratara sólo de una broma, en este año en que los acontecimientos europeos y los problemas internos de la coalición parecen complicar las chances electorales de la izquierda en nuestro país, sería una broma barata. Pero lo que bulle en el fondo es el temor de la derecha a que efectivamente el Frente Amplio consiga alzarse con un triunfo en Montevideo a corto plazo.
La ridiculización de la propuesta de la izquierda para la cultura -por parte de alguien que parece no comprender las verdaderas pasiones populares- podrá sonar simplemente desubicada a quienes estamos familiarizados con la rica tradición intelectual que camina mano a mano con el ideal socialista, pero no olvidemos que este tipo de discursos, si son repetidos, como lo son, pueden llegar a mellar la conciencia de nuestro pueblo. En la novela se habla de un tiempo en que las murgas, otrora afiladas armas contra la represión y la injusticia (que, por otra parte, siguen campeando en este gobierno "democrático" y nada ficcional del Partido Colorado), se convierten en agrupaciones complacientes con los mandamases de turno y contribuyen a mantener a la población en un estado de ignorancia apática. Además, en este mundo decadente que plantea el autor, los jóvenes están divididos en tribus de murguistas y tamborileros que malgastan largas horas de ocio alcoholizándose y consumiendo drogas.
El mensaje, detrás de esta malversación pseudohumorística del sentido de una hermosa letra de Jaime Roos, parece ser: los partidos de izquierda carecen de planes efectivos en materia social y cultural, por lo que en estas áreas son fácilmente cooptables por pequeños grupos con ansias de poder. O peor aún, porque a este cóctel amargo se le suma la presencia de una improbable megaempresa que controla la mayoría de los espectáculos masivos (comenzando por el futbol), con la que los supuestos gobernantes de izquierda entran en oprobiosa connivencia. Pero no, señor Gallega, no tema: los futuros, que a usted tanto le espantan, no son murguistas ni candomberos, son plurales y es tarea de todos construirlos. La actitud crítica, elemento fundacional de la izquierda uruguaya, es la garantía de que así será.
En definitiva, Los futuros murguistas es un mal disimulado intento de hacer pasar por ficción especulativa algo que está muy cerca del panfleto reaccionario. Para leer buena ciencia ficción nacional es mejor conseguir el primer número de la revista Diaspar, que ya se encuentra en algunas librerías de plaza.
Esta novela de Boris Gallega está entre la ciencia ficción y el relato histórico, pero a diferencia de otras utopías negativas, como 1984 de George Orwell o El hombre en el castillo de Phillip Dick, no se sitúa en un tiempo (ni lugar) lejano, sino en uno bien próximo. La historia es muy simple: en pocos años, la cultura uruguaya ha sido tomada por el carnaval. El título Los futuros murguistas refiere a un plan político para formar generaciones de carnavaleros y afines a partir de la instalación, con dineros estatales, de talleres especiales para la educación de los jóvenes en las distintas disciplinas de la llamada fiesta de Momo. Mario Hernández, periodista deportivo, se topa por casualidad con documentos que probarían que los talleres son parte de un proyecto de ex tupamaros para barrer a sus enemigos en el campo de la cultura, y junto a su compañero Wilson Espósito (escéptico, como buen trabajador de la sección Espectáculos) se ve envueltos en una serie de episodios que incluyen varias salidas humorísticas.
Entre estas últimas está lo mejor (poco) y también lo peor (mucho) de la novela. Las ocurrencias de Kalashnikof, el director de cultura municipal -que entre otras cosas llama a repeler ¡una invasión argentina! con una cuerda de mil tambores- resultan graciosas, pero ese afán por hacer reír le quita verosimilitud a la historia, acercándola demasiado a una especie de realismo fantástico tragicómico. A la vez, esto está relacionado con la triste visión política de la novela, porque cabe aclarar que todo se desarrolla bajo el gobierno de un partido de izquierda (obviamente, el Frente Amplio). Si se tratara sólo de una broma, en este año en que los acontecimientos europeos y los problemas internos de la coalición parecen complicar las chances electorales de la izquierda en nuestro país, sería una broma barata. Pero lo que bulle en el fondo es el temor de la derecha a que efectivamente el Frente Amplio consiga alzarse con un triunfo en Montevideo a corto plazo.
La ridiculización de la propuesta de la izquierda para la cultura -por parte de alguien que parece no comprender las verdaderas pasiones populares- podrá sonar simplemente desubicada a quienes estamos familiarizados con la rica tradición intelectual que camina mano a mano con el ideal socialista, pero no olvidemos que este tipo de discursos, si son repetidos, como lo son, pueden llegar a mellar la conciencia de nuestro pueblo. En la novela se habla de un tiempo en que las murgas, otrora afiladas armas contra la represión y la injusticia (que, por otra parte, siguen campeando en este gobierno "democrático" y nada ficcional del Partido Colorado), se convierten en agrupaciones complacientes con los mandamases de turno y contribuyen a mantener a la población en un estado de ignorancia apática. Además, en este mundo decadente que plantea el autor, los jóvenes están divididos en tribus de murguistas y tamborileros que malgastan largas horas de ocio alcoholizándose y consumiendo drogas.
El mensaje, detrás de esta malversación pseudohumorística del sentido de una hermosa letra de Jaime Roos, parece ser: los partidos de izquierda carecen de planes efectivos en materia social y cultural, por lo que en estas áreas son fácilmente cooptables por pequeños grupos con ansias de poder. O peor aún, porque a este cóctel amargo se le suma la presencia de una improbable megaempresa que controla la mayoría de los espectáculos masivos (comenzando por el futbol), con la que los supuestos gobernantes de izquierda entran en oprobiosa connivencia. Pero no, señor Gallega, no tema: los futuros, que a usted tanto le espantan, no son murguistas ni candomberos, son plurales y es tarea de todos construirlos. La actitud crítica, elemento fundacional de la izquierda uruguaya, es la garantía de que así será.
En definitiva, Los futuros murguistas es un mal disimulado intento de hacer pasar por ficción especulativa algo que está muy cerca del panfleto reaccionario. Para leer buena ciencia ficción nacional es mejor conseguir el primer número de la revista Diaspar, que ya se encuentra en algunas librerías de plaza.
miércoles, diciembre 24
Cómo llegar
Sin que haga falta la mujer me explica que llegó tarde porque tomó un ómnibus equivocado. "Agarró por Colonia o San José", dice. Colonia o San José: para mí no pueden ser más distintas. Es como si dijera La Floresta y Cabo Polonio, Venus y Tatooine, Hobbiton y Apokolips. A la vez, entiendo lo que pueden tener de parecidas: son paralelas a 18, van en el mismo sentido (hacia el este) y la señora es muy del norte. Yo también soy del norte de la ciudad, y si la división la marca el eje 18 de Julio-Rivera, y no 18 de Julio-Avenida Italia, sigo viviendo, por unos metros, en el norte. Es una justificación imaginaria: no me cae nada simpática la reorganización clasista que desdibujó a los barrios más lindos de Montevideo y soy, como toda mi pequeña familia, parte de ese exilio intraurbano que apunta al sur.
Los personajes de Bolivia construcciones, la novela de Sergio DiNucci, también se pierden en la ciudad. Llegan a destino, pero por caminos extraños: toman tres colectivos para trayectos que sólo precisan uno, caminan cuadras y cuadras. No miran los nombres de la calles sino edificios característicos y se bajan del bus rápidamente en cuanto el viejo sabio que hace de guía cree reconocer alguna señal familiar. Entre lo mejor del libro está ese mostrar a un grupo de inmigrantes que ve la ciudad como sucesión inconexa de paisajes en lugar de leerla como un texto continuo. Por cosas como esta me sigue gustando la novela; cuando alguien me demuestre que esa parte también es robada, ya veremos si sigo defendiendo la manera en que el autor ensambló el collage.
"Sé ir, pero no me acuerdo cómo se llama la calle", dice Frenelao, uno de los protagonistas de No juegues con fuego porque lo podés apagar, la obra de teatro de Leo Maslíah (que además contiene una genial demostración de lo absurdo que es creer o no creer en Dios). Saber llegar pero no saber adónde no es sólo propio de inmigrantes poco educados, es infantil (o cosa de aliens, que es lo que son todos los personajes de Maslíah). Es, sin embargo, exactamente lo que me pasó a mí anteayer, lo mismo que me pasa cada vez que voy a una reputada distribuidora de libros. Ahora escribo que está en la calle Yaro con la esperanza de que me ayude a recordarlo la próxima vez que vaya bajando hacia el sur sin la seguridad de encontrarme directamente con el negocio pero sabiendo que tarde o temprano voy a dar con él, atento a la disposición de los árboles, a la ubicación de un almacén, a la fachada de una ferretería y al ángulo que hace el repecho de las transversales con la calle por la que voy semiperdido, como un niño.
Justamente, por ir así, aniñadamente, jamás confundiría San José con Colonia: San José es oscura, elegante, es el comienzo del sur y tiene una leve inclinacion hacia el mar. Colonia es lo más prolijo del norte, pero además de la luz fuerte se le filtra todo el abandono de la cuchilla. Por supuesto, también "leo" en qué lugar estoy, pero me parece que hay un hueco entre ese lectura y la brújula infantil, y que precisamente en ese hueco se maneja la señora a la que le da lo mismo San José que Colonia. Sí, los dos llegamos adonde queremos, pero creo que aunque estemos parados cerca nunca estamos en el mismo lugar.
-----
Obvio saludo a 18 y Yaguarón (Roberto Appratto) y a We are never talking (Roky Erickson), menos obvio a Astllr & Berman (dúo dinámico), y los mejores findeañeros para todos los lectores de buena voluntad.
Los personajes de Bolivia construcciones, la novela de Sergio DiNucci, también se pierden en la ciudad. Llegan a destino, pero por caminos extraños: toman tres colectivos para trayectos que sólo precisan uno, caminan cuadras y cuadras. No miran los nombres de la calles sino edificios característicos y se bajan del bus rápidamente en cuanto el viejo sabio que hace de guía cree reconocer alguna señal familiar. Entre lo mejor del libro está ese mostrar a un grupo de inmigrantes que ve la ciudad como sucesión inconexa de paisajes en lugar de leerla como un texto continuo. Por cosas como esta me sigue gustando la novela; cuando alguien me demuestre que esa parte también es robada, ya veremos si sigo defendiendo la manera en que el autor ensambló el collage.
"Sé ir, pero no me acuerdo cómo se llama la calle", dice Frenelao, uno de los protagonistas de No juegues con fuego porque lo podés apagar, la obra de teatro de Leo Maslíah (que además contiene una genial demostración de lo absurdo que es creer o no creer en Dios). Saber llegar pero no saber adónde no es sólo propio de inmigrantes poco educados, es infantil (o cosa de aliens, que es lo que son todos los personajes de Maslíah). Es, sin embargo, exactamente lo que me pasó a mí anteayer, lo mismo que me pasa cada vez que voy a una reputada distribuidora de libros. Ahora escribo que está en la calle Yaro con la esperanza de que me ayude a recordarlo la próxima vez que vaya bajando hacia el sur sin la seguridad de encontrarme directamente con el negocio pero sabiendo que tarde o temprano voy a dar con él, atento a la disposición de los árboles, a la ubicación de un almacén, a la fachada de una ferretería y al ángulo que hace el repecho de las transversales con la calle por la que voy semiperdido, como un niño.
Justamente, por ir así, aniñadamente, jamás confundiría San José con Colonia: San José es oscura, elegante, es el comienzo del sur y tiene una leve inclinacion hacia el mar. Colonia es lo más prolijo del norte, pero además de la luz fuerte se le filtra todo el abandono de la cuchilla. Por supuesto, también "leo" en qué lugar estoy, pero me parece que hay un hueco entre ese lectura y la brújula infantil, y que precisamente en ese hueco se maneja la señora a la que le da lo mismo San José que Colonia. Sí, los dos llegamos adonde queremos, pero creo que aunque estemos parados cerca nunca estamos en el mismo lugar.
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Obvio saludo a 18 y Yaguarón (Roberto Appratto) y a We are never talking (Roky Erickson), menos obvio a Astllr & Berman (dúo dinámico), y los mejores findeañeros para todos los lectores de buena voluntad.
sábado, noviembre 29
Me gusta cuando hablas
En su mejor novela, El arrancacorazones, Boris Vian pinta una aldea de campesinos bestiales. Para atraerlos a su iglesia, el cura del pueblo organiza peleas de box, donde simula combatir con su sacristán, debidamente disfrazado de diablo. También hace otras cosas, como inventar cancioncitas delirantes para que la gente cante, y de paso inculcarles una idea revolucionaria: "Jesús es un lujo". A los campesinos, sin embargo, no les interesa el lujo, sino sólo su cosecha. Aburridos de los espectáculos del sacerdote, claman por lluvia. El sacerdote contesta que Dios está más allá de esas exigencias materiales. El lobby telúrico se pone pesado: "¡Que llueva!". El cura resiste hasta que la multitud empieza a apedrearlo. "¡Está bien, está bien! Lloverá". Cae agua, los amigos de Mujica se retiran felices. Fin de la escena (y fin de la sequía), pero no de la novela, que es absolutamente recomendable, de lectura imperiosa, necesaria, vital, pero por otras cosas, no solamente por esta demostración invertida del mecanismo religioso.
Hace un par de días, el obispo de Mercedes, Carlos Collazzi, tuvo la bondad de recordarme la obra de arte de Vian. El sacerdote católico llamó a rezar para acabar con la sequía que -como todos los veranos- azota a nuestras amarilleantes praderas. Me hizo feliz. Como me hizo feliz Cotugno, al amenzar con la excomunión a los parlamentarios que votaran a favor de la ley de aborto. No, me hizo más feliz. Porque además de a Vian, me hizo recordar a mi viejo, que sutilmente me enseñó que la religión es superstición. (No es que papá fuera tan simplista -era socialista-, pero le pareció que era todo lo que un niño tendría que aprender sobre el tema. Ya vendría gente como Tucogno a explicarme los apectos organizacionales de su espiritualidad. Pero, antes estuvo la lectura directa de la Biblia, para comprobar que que los diez mandamientos están bien. Bueno, tal vez ocho. Y después Nietzsche, para despreciar a Jesús. Y después La vida de Brian, para entender a su secta. Y después Zizek, para dudar: Jesus was Vader - Jesus was right?)
Me fui por la rama genealógica (serán días de Rama). Lo bueno es que este obispo me avivó de que los católicos también piden por lluvia. Yo pensaba que eran los indios. Pray for rain. Los paganos, los pueblos apegados a la tierra, a la magia. Los que hacían sacrificios a los astros y las estaciones. Aunque ahora que me acuerdo, los cristianos hacían algo con un cordero. ¿Pero rezar por lluvia? ¿Por la cosecha? Es el eterno retorno, pero no el de Rocken, sino el de Mircea Eliade. Por otro lado, los umbandistas nunca dejaron de matar animalitos. Ahora la Intendencia Menchevique de Montevideo quiere impedir que dispongan libremente sus restos rituales por toda la ciudad. Que sea rápido, camaradas: cuando se les una la iglesia romana ninguna brigada va a poder limpiar tanta sangre sacrificial.
Decía también que Cotugno me hizo feliz por motivos parecidos. Porque me parece bueno que la Iglesia exponga su esencia, de vez en cuando. No se trata de un grupo de discusión, sino de una congregación doctrinal. No tiene partidarios o socios, tiene fieles. Su líder tiene derecho, es más, tiene el deber, de reclamarles obediencia. Eso es lo que es una iglesia: un grupo de poder que actúa de manera disciplinada. Está más cerca de un ejército que de un partido. Lo extraño es que dejen entrever a los legos su verdadera manera de conducirse. Así que gracias, Tucogno, por mostrarnos cómo se relacionan internamente, gracias por exponer a qué lobby pertenecen algunos legisladores -por ejemplo, todos los del Partido Blanco-, y gracias retroactivas a todos los que ayudaron a hacer y mantener un Estado laico.
By the way, entre estos últimos no se va a poder incluir a la familia Vázquez-Delgado. Su última arremetida contra la laicidad viene de mano de la... ¡droga!. Los muy cristianos -Jorge Vázquez, hermano del presidente, y Milton Romani, supuesto experto oficial en adicciones- acaban de cerrar un acuerdo para que diversas congregaciones se hagan cargo de la rehabilitación de menores drogadictos. Tercerizaron una actividad que es claro deber de la salud pública con la excusa de la falta de recursos propios y la abundancia de experiencia de los religiosos. De lo que se olvidan es de que los cristianos tienen experiencia en convertir gente -eso es básicamente lo que los separó de los judíos, en cuanto organización, claro, su voluntad de expandir la feligresía- y que los pibes a los que tal vez salven de la droga van a entrar a adorar a un amigo imaginario que a veces les pide cosas muy concretas, como ya nos demostró, por suerte, el ítaloarzobispo de Montevideo.
Y, hablando de drogas y de gente que empieza a hablar, también nos alegra que El Pai Gurú -religioso también, claro- haya abandonado la región de la metáfora rural. Ahora Mujica opina de cosas concretas, porque está en campaña. Gracias, Pepe, gracias. Nos enteramos de que tiene un plan muy moderno para rehabilitar a los menores que se "pichicatean" (no es lenguaje anticuado, ojo, es un concepto que nunca dejó de estar vigente en algunos valles de Austria). Y otro para impedir que se propague la enfermedad infectocontagiosa de la droga (es una metáfora, malditos universitarios). Y su ladero Fernández Huidobro, que anda "calzado" igual que él, tiene un muy buen proyecto para mejorar la seguridad pública: tercerizarla, cuarterizarla (pun intended), multiplicarla hasta llegar a un hombre, un arma. Este hombre, que pasó tan mal en la cárcel pero que no deja de adorar la estructura de la institución que lo torturó, quiere que cada cual corra el riesgo de tener un arma en su casa para detener a la delincuencia, e invoca el derecho a portar armas.
Yo pensaba justamente que lo bueno de vivir en una sociedad civilizada era la libertad de no tener que portar un arma.
Hace un par de días, el obispo de Mercedes, Carlos Collazzi, tuvo la bondad de recordarme la obra de arte de Vian. El sacerdote católico llamó a rezar para acabar con la sequía que -como todos los veranos- azota a nuestras amarilleantes praderas. Me hizo feliz. Como me hizo feliz Cotugno, al amenzar con la excomunión a los parlamentarios que votaran a favor de la ley de aborto. No, me hizo más feliz. Porque además de a Vian, me hizo recordar a mi viejo, que sutilmente me enseñó que la religión es superstición. (No es que papá fuera tan simplista -era socialista-, pero le pareció que era todo lo que un niño tendría que aprender sobre el tema. Ya vendría gente como Tucogno a explicarme los apectos organizacionales de su espiritualidad. Pero, antes estuvo la lectura directa de la Biblia, para comprobar que que los diez mandamientos están bien. Bueno, tal vez ocho. Y después Nietzsche, para despreciar a Jesús. Y después La vida de Brian, para entender a su secta. Y después Zizek, para dudar: Jesus was Vader - Jesus was right?)
Me fui por la rama genealógica (serán días de Rama). Lo bueno es que este obispo me avivó de que los católicos también piden por lluvia. Yo pensaba que eran los indios. Pray for rain. Los paganos, los pueblos apegados a la tierra, a la magia. Los que hacían sacrificios a los astros y las estaciones. Aunque ahora que me acuerdo, los cristianos hacían algo con un cordero. ¿Pero rezar por lluvia? ¿Por la cosecha? Es el eterno retorno, pero no el de Rocken, sino el de Mircea Eliade. Por otro lado, los umbandistas nunca dejaron de matar animalitos. Ahora la Intendencia Menchevique de Montevideo quiere impedir que dispongan libremente sus restos rituales por toda la ciudad. Que sea rápido, camaradas: cuando se les una la iglesia romana ninguna brigada va a poder limpiar tanta sangre sacrificial.
Decía también que Cotugno me hizo feliz por motivos parecidos. Porque me parece bueno que la Iglesia exponga su esencia, de vez en cuando. No se trata de un grupo de discusión, sino de una congregación doctrinal. No tiene partidarios o socios, tiene fieles. Su líder tiene derecho, es más, tiene el deber, de reclamarles obediencia. Eso es lo que es una iglesia: un grupo de poder que actúa de manera disciplinada. Está más cerca de un ejército que de un partido. Lo extraño es que dejen entrever a los legos su verdadera manera de conducirse. Así que gracias, Tucogno, por mostrarnos cómo se relacionan internamente, gracias por exponer a qué lobby pertenecen algunos legisladores -por ejemplo, todos los del Partido Blanco-, y gracias retroactivas a todos los que ayudaron a hacer y mantener un Estado laico.
By the way, entre estos últimos no se va a poder incluir a la familia Vázquez-Delgado. Su última arremetida contra la laicidad viene de mano de la... ¡droga!. Los muy cristianos -Jorge Vázquez, hermano del presidente, y Milton Romani, supuesto experto oficial en adicciones- acaban de cerrar un acuerdo para que diversas congregaciones se hagan cargo de la rehabilitación de menores drogadictos. Tercerizaron una actividad que es claro deber de la salud pública con la excusa de la falta de recursos propios y la abundancia de experiencia de los religiosos. De lo que se olvidan es de que los cristianos tienen experiencia en convertir gente -eso es básicamente lo que los separó de los judíos, en cuanto organización, claro, su voluntad de expandir la feligresía- y que los pibes a los que tal vez salven de la droga van a entrar a adorar a un amigo imaginario que a veces les pide cosas muy concretas, como ya nos demostró, por suerte, el ítaloarzobispo de Montevideo.
Y, hablando de drogas y de gente que empieza a hablar, también nos alegra que El Pai Gurú -religioso también, claro- haya abandonado la región de la metáfora rural. Ahora Mujica opina de cosas concretas, porque está en campaña. Gracias, Pepe, gracias. Nos enteramos de que tiene un plan muy moderno para rehabilitar a los menores que se "pichicatean" (no es lenguaje anticuado, ojo, es un concepto que nunca dejó de estar vigente en algunos valles de Austria). Y otro para impedir que se propague la enfermedad infectocontagiosa de la droga (es una metáfora, malditos universitarios). Y su ladero Fernández Huidobro, que anda "calzado" igual que él, tiene un muy buen proyecto para mejorar la seguridad pública: tercerizarla, cuarterizarla (pun intended), multiplicarla hasta llegar a un hombre, un arma. Este hombre, que pasó tan mal en la cárcel pero que no deja de adorar la estructura de la institución que lo torturó, quiere que cada cual corra el riesgo de tener un arma en su casa para detener a la delincuencia, e invoca el derecho a portar armas.
Yo pensaba justamente que lo bueno de vivir en una sociedad civilizada era la libertad de no tener que portar un arma.
viernes, octubre 3
Mis cuentos
Últimamente ando bastante en taxis. No importa mucho por qué, aunque creo que la ciudad no ha ganado con mi alejamiento momentáneo del volante (el deporte sigue indiferente). Lo cierto que, además de leer en los ónmibus, en los que desde hace unos meses hago viajes más largos, también medito en el asiento de atrás de esos autos peñarolenses. No sé por qué, mientras miro las calles a 30 grados (de inclinación; para la temperatura fatal falta un poco) me da por hacer listas.
La semana pasada me puse a hacer la de mis cuentos favoritos. Al rato me encontré pensando que en general no son cuentos-cuentos, sino que más bien son mininovelas. Soy un hombre de novelas, no hay dudas. O de ensayos, que no son tan distintos. Idea: novela = ensayo + personajes. Otro ensayo: poesía = personaje - idea.
Bueno, después de esta disgresión online, acá va esa lista tachera:
-"Aballay", de Di Benedetto. Un tipo que renuncia a todo, todo. Bueno en realidad, se parece al Barón Rampante de Calvino: no vuelve a tocar la tierra. Ah, y es un gaucho. Nunca desmonta. Vive de la caridad ajena. Un penintente. Es para una novela, claro, pero termina fuerte.
-"El malvado", de Bukowski. Faulkner, William James & cía se pasaron la vida investigando sobre el punto de vista. El animal este agarró para el campito: el punto de vista es el de un depravado total. Al final, nosotros somos él. El punto de vista no como ejercicio intelectual, sino como hazaña de la empatía.
-"Campamento indio", de Hemingway. Me lo recomendó Benito va a hacer veinte años. Chéjov no hubiera podido con esta historia de padre e hijo. "Doctor came at dawn" dice el mejor título de Smog. Acá el doctor llega con su hijo a un parto donde no muere la madre (como en Adiós a las armas), sino el padre. Lo insoportable, en el mejor sentido. Novela, novela.
- "Casa tomada", de Julio. Bueno, con ésto no se puede hacer una novela. Pero es Kafka puro: pega ahí, derecho adonde Freud la pudrió. Una pesadilla colectiva que nos va a acompañar para siempre. Es difícil darle forma a un sueño: gracias eternas.
- "Bienvenido, Bob". ¿Qué tiene de cuento, aparte de la extensión?
La semana pasada me puse a hacer la de mis cuentos favoritos. Al rato me encontré pensando que en general no son cuentos-cuentos, sino que más bien son mininovelas. Soy un hombre de novelas, no hay dudas. O de ensayos, que no son tan distintos. Idea: novela = ensayo + personajes. Otro ensayo: poesía = personaje - idea.
Bueno, después de esta disgresión online, acá va esa lista tachera:
-"Aballay", de Di Benedetto. Un tipo que renuncia a todo, todo. Bueno en realidad, se parece al Barón Rampante de Calvino: no vuelve a tocar la tierra. Ah, y es un gaucho. Nunca desmonta. Vive de la caridad ajena. Un penintente. Es para una novela, claro, pero termina fuerte.
-"El malvado", de Bukowski. Faulkner, William James & cía se pasaron la vida investigando sobre el punto de vista. El animal este agarró para el campito: el punto de vista es el de un depravado total. Al final, nosotros somos él. El punto de vista no como ejercicio intelectual, sino como hazaña de la empatía.
-"Campamento indio", de Hemingway. Me lo recomendó Benito va a hacer veinte años. Chéjov no hubiera podido con esta historia de padre e hijo. "Doctor came at dawn" dice el mejor título de Smog. Acá el doctor llega con su hijo a un parto donde no muere la madre (como en Adiós a las armas), sino el padre. Lo insoportable, en el mejor sentido. Novela, novela.
- "Casa tomada", de Julio. Bueno, con ésto no se puede hacer una novela. Pero es Kafka puro: pega ahí, derecho adonde Freud la pudrió. Una pesadilla colectiva que nos va a acompañar para siempre. Es difícil darle forma a un sueño: gracias eternas.
- "Bienvenido, Bob". ¿Qué tiene de cuento, aparte de la extensión?