Los futuros murguistas
(Gabriela Goss, Asamblea Popular, diciembre de 1989).
Esta novela de Boris Gallega está entre la ciencia ficción y el relato histórico, pero a diferencia de otras utopías negativas, como 1984 de George Orwell o El hombre en el castillo de Phillip Dick, no se sitúa en un tiempo (ni lugar) lejano, sino en uno bien próximo. La historia es muy simple: en pocos años, la cultura uruguaya ha sido tomada por el carnaval. El título Los futuros murguistas refiere a un plan político para formar generaciones de carnavaleros y afines a partir de la instalación, con dineros estatales, de talleres especiales para la educación de los jóvenes en las distintas disciplinas de la llamada fiesta de Momo. Mario Hernández, periodista deportivo, se topa por casualidad con documentos que probarían que los talleres son parte de un proyecto de ex tupamaros para barrer a sus enemigos en el campo de la cultura, y junto a su compañero Wilson Espósito (escéptico, como buen trabajador de la sección Espectáculos) se ve envueltos en una serie de episodios que incluyen varias salidas humorísticas.
Entre estas últimas está lo mejor (poco) y también lo peor (mucho) de la novela. Las ocurrencias de Kalashnikof, el director de cultura municipal -que entre otras cosas llama a repeler ¡una invasión argentina! con una cuerda de mil tambores- resultan graciosas, pero ese afán por hacer reír le quita verosimilitud a la historia, acercándola demasiado a una especie de realismo fantástico tragicómico. A la vez, esto está relacionado con la triste visión política de la novela, porque cabe aclarar que todo se desarrolla bajo el gobierno de un partido de izquierda (obviamente, el Frente Amplio). Si se tratara sólo de una broma, en este año en que los acontecimientos europeos y los problemas internos de la coalición parecen complicar las chances electorales de la izquierda en nuestro país, sería una broma barata. Pero lo que bulle en el fondo es el temor de la derecha a que efectivamente el Frente Amplio consiga alzarse con un triunfo en Montevideo a corto plazo.
La ridiculización de la propuesta de la izquierda para la cultura -por parte de alguien que parece no comprender las verdaderas pasiones populares- podrá sonar simplemente desubicada a quienes estamos familiarizados con la rica tradición intelectual que camina mano a mano con el ideal socialista, pero no olvidemos que este tipo de discursos, si son repetidos, como lo son, pueden llegar a mellar la conciencia de nuestro pueblo. En la novela se habla de un tiempo en que las murgas, otrora afiladas armas contra la represión y la injusticia (que, por otra parte, siguen campeando en este gobierno "democrático" y nada ficcional del Partido Colorado), se convierten en agrupaciones complacientes con los mandamases de turno y contribuyen a mantener a la población en un estado de ignorancia apática. Además, en este mundo decadente que plantea el autor, los jóvenes están divididos en tribus de murguistas y tamborileros que malgastan largas horas de ocio alcoholizándose y consumiendo drogas.
El mensaje, detrás de esta malversación pseudohumorística del sentido de una hermosa letra de Jaime Roos, parece ser: los partidos de izquierda carecen de planes efectivos en materia social y cultural, por lo que en estas áreas son fácilmente cooptables por pequeños grupos con ansias de poder. O peor aún, porque a este cóctel amargo se le suma la presencia de una improbable megaempresa que controla la mayoría de los espectáculos masivos (comenzando por el futbol), con la que los supuestos gobernantes de izquierda entran en oprobiosa connivencia. Pero no, señor Gallega, no tema: los futuros, que a usted tanto le espantan, no son murguistas ni candomberos, son plurales y es tarea de todos construirlos. La actitud crítica, elemento fundacional de la izquierda uruguaya, es la garantía de que así será.
En definitiva, Los futuros murguistas es un mal disimulado intento de hacer pasar por ficción especulativa algo que está muy cerca del panfleto reaccionario. Para leer buena ciencia ficción nacional es mejor conseguir el primer número de la revista Diaspar, que ya se encuentra en algunas librerías de plaza.
Esta novela de Boris Gallega está entre la ciencia ficción y el relato histórico, pero a diferencia de otras utopías negativas, como 1984 de George Orwell o El hombre en el castillo de Phillip Dick, no se sitúa en un tiempo (ni lugar) lejano, sino en uno bien próximo. La historia es muy simple: en pocos años, la cultura uruguaya ha sido tomada por el carnaval. El título Los futuros murguistas refiere a un plan político para formar generaciones de carnavaleros y afines a partir de la instalación, con dineros estatales, de talleres especiales para la educación de los jóvenes en las distintas disciplinas de la llamada fiesta de Momo. Mario Hernández, periodista deportivo, se topa por casualidad con documentos que probarían que los talleres son parte de un proyecto de ex tupamaros para barrer a sus enemigos en el campo de la cultura, y junto a su compañero Wilson Espósito (escéptico, como buen trabajador de la sección Espectáculos) se ve envueltos en una serie de episodios que incluyen varias salidas humorísticas.
Entre estas últimas está lo mejor (poco) y también lo peor (mucho) de la novela. Las ocurrencias de Kalashnikof, el director de cultura municipal -que entre otras cosas llama a repeler ¡una invasión argentina! con una cuerda de mil tambores- resultan graciosas, pero ese afán por hacer reír le quita verosimilitud a la historia, acercándola demasiado a una especie de realismo fantástico tragicómico. A la vez, esto está relacionado con la triste visión política de la novela, porque cabe aclarar que todo se desarrolla bajo el gobierno de un partido de izquierda (obviamente, el Frente Amplio). Si se tratara sólo de una broma, en este año en que los acontecimientos europeos y los problemas internos de la coalición parecen complicar las chances electorales de la izquierda en nuestro país, sería una broma barata. Pero lo que bulle en el fondo es el temor de la derecha a que efectivamente el Frente Amplio consiga alzarse con un triunfo en Montevideo a corto plazo.
La ridiculización de la propuesta de la izquierda para la cultura -por parte de alguien que parece no comprender las verdaderas pasiones populares- podrá sonar simplemente desubicada a quienes estamos familiarizados con la rica tradición intelectual que camina mano a mano con el ideal socialista, pero no olvidemos que este tipo de discursos, si son repetidos, como lo son, pueden llegar a mellar la conciencia de nuestro pueblo. En la novela se habla de un tiempo en que las murgas, otrora afiladas armas contra la represión y la injusticia (que, por otra parte, siguen campeando en este gobierno "democrático" y nada ficcional del Partido Colorado), se convierten en agrupaciones complacientes con los mandamases de turno y contribuyen a mantener a la población en un estado de ignorancia apática. Además, en este mundo decadente que plantea el autor, los jóvenes están divididos en tribus de murguistas y tamborileros que malgastan largas horas de ocio alcoholizándose y consumiendo drogas.
El mensaje, detrás de esta malversación pseudohumorística del sentido de una hermosa letra de Jaime Roos, parece ser: los partidos de izquierda carecen de planes efectivos en materia social y cultural, por lo que en estas áreas son fácilmente cooptables por pequeños grupos con ansias de poder. O peor aún, porque a este cóctel amargo se le suma la presencia de una improbable megaempresa que controla la mayoría de los espectáculos masivos (comenzando por el futbol), con la que los supuestos gobernantes de izquierda entran en oprobiosa connivencia. Pero no, señor Gallega, no tema: los futuros, que a usted tanto le espantan, no son murguistas ni candomberos, son plurales y es tarea de todos construirlos. La actitud crítica, elemento fundacional de la izquierda uruguaya, es la garantía de que así será.
En definitiva, Los futuros murguistas es un mal disimulado intento de hacer pasar por ficción especulativa algo que está muy cerca del panfleto reaccionario. Para leer buena ciencia ficción nacional es mejor conseguir el primer número de la revista Diaspar, que ya se encuentra en algunas librerías de plaza.