miércoles, diciembre 15

Nada como el cine europeo

Gracias a mis vinculaciones con importantes empresarios mediáticos he podido ingresar a las salas que exhiben Sky Captain and the World of Tomorrow y Los Increíbles. Las dos películas tienen mucho en común: ambas son producto de técnicas de animación novedosas; en principio parecen dirigidas a público juvenil/infantil; ambas se ubican en sendas ucronías; ambas son descendientes directas de la imaginación del cómic. Y, no quiero exagerar, o bueno, sí quiero exagerar, pero me parece que ambas son, aunque de manera despareja, muestras de la llegada a un estadio superior de esa técnica de entretenimiento (a la que ya nadie salvo Jackie Rodríguez llama arte) conocida como cine. Y, como si fuera poco, las dos películas son más que merecedoras del rótulo ‘cine de autor’: tanto Brad Bird como Kerry Conran son directores-guionistas, aunque provienen de, e imaginan, universos diferentes. Bird, el responsable de Los Increíbles, es poseedor de un prontuario respetabilísimo ya que ha sido colaborador y director de episodios de The Simpsons, The Critic y King of the Hill, es miembro del colectivo Pixar, que a su vez se encuentra temporalmente asociado a Disney. Frente a este historial, el de Conran es casi una hoja en blanco: apenas un demo de SC y la leyenda de que es un colgado con la informática y los relatos de aventuras, o sea, el típico outsider innovador.


La de Conran, Sky Captain, es una gran película. Por más que lo niegue, el desprolijo Sigmur es también un perseguidor de la bellez. Solamente la parte visual hace que la peli valga. No tiene fisura alguna a nivel estético; los que ven los programas sobre cómo se hacen las pelis sabrán que todos los fondos son reconstrucciones digitalizadas de películas y fotografias de 1930-40. Y ahí dejamos por unas líneas el tema de la lindura para entrar en la perfecta elección epocal. Porque la intención de la peli es 1) entretener con aventuras 2) ser elegante. Y la época entre las dos guerras mundiales es la ideal para desarrollar esas intenciones. Por un lado, es el momento inmediatamente anterior a la interconexión global, esto es, las comunicaciones y el transporte están a punto de alcanzar a todo el planeta, pero aún no lo han logrado completamente, lo que da lugar a que hayan territorios parcialmente inaccesibles, misteriosos, o sea, campo fértil para la aventura. A su vez, el capitalismo está comenzando su fase tardía, lo que significa que aún no se prioriza la máxima rentabilidad en cada una de las áreas de la producción; esto quiere decir que, a nivel de diseño –vuelta a la estética- todavía se pueden producir objetos bellos hechos con materiales nobles y con accesorios no puramente funcionales. El mundo de Sky Captain es entonces un compilado de lo más llamativo del Art Decó, del Art Nouveau, del aerodinamicismo gratuito y de todas las tendencias de diseño ‘respetables’ de la primera mitad del siglo, o sea, de la alta modernidad. Ese tipo orientación estética está también presente en, oh casualidad, otra gran serie animada, las Batman Adventures de Paul Dini, que supieron dar un excelente largo, La Máscara del Fantasma. Suelto lastre y tiro mi hipótesis: la nueva animación en cine, como el low-fi en música, es, aunque a primera vista parezca lo contrario, una vuelta a los contenidos, en este caso, a las buenas historias, y un despojarse de lo accesorio. Pero ya dije que soy desprolijo, así que sigo con SC.

El universo de Sky Captain, a pesar de tener una estética sincrética muy reconocible, no es el nuestro. Se trata de unos principios de años ’40 en que no ha habido II Guerra Mundial, aunque sí Primera*. Veo levantarse una ceja de atención en los germanófilos, pero les adelanto: a pesar de que el enemigo no es Alemania, el ataque a lo alemán es mucho más profundo que en cualquier panfleto hollywoodense standard. Vuelvo: esos años ’40 no son nuestros años ’40; son más bien los que se imaginaban desde los años ’30 los poetas futuristas, los escritores de ciencia ficción, y, sobre todo, los autores de comics (las revistas de Buck Rogers son, más que una guiñada, una señal de aeropuerto); son unos ’40 tan tecnificados como coquetos, tan imprevisibles como esperanzados. A pesar de que Sky Captain y los suyos –un ejército de alquiler al servicio de la ONU- son asimilables a norteamericanos, la intención del director es plantear vagamente el tema de nacionalidades/locaciones**; el cosmopolitismo es regla en un universo de aventura posmoderno. El mal tampoco tiene nacionalidad; ataca en todas partes del mundo y subsume a nuestra división Eje/Aliados. Y sin embargo… el jefe de la organización malvada, de hecho, el único ser humano de esa organización, se apellida Totenkopf, nombre alemán para ‘cabeza muerta’. El sueño de Totenkopf es una pesadilla hiperracional: recomenzar la humanidad en un planeta libre de corrupción; para ello se vale de su alemanísimo dominio de la ciencia y la técnica, produciendo sofisticadísimas armas, y sobre todo -oh, Menschmaschine- androides, robots, seres cibernéticos, autómatas... über alles, maldad mecánica.


Conran logra, gracias a la perfección visual del filme (mención tardía aquí para el impecable e implacable ‘filtro de color’), pero sobre todo, gracias a la reproducción de la lógica narrativa del cómic pre-Stan Lee, crear un universo donde el tiempo y el espacio son meras convenciones al servicio de la fantasía, exactamente como en las lecturas, o más aún, como en los juegos de la infancia. Viajes instantáneos por encima de mapas***, pistolas de rayos derretidores, todo resulta natural luego de los primeros instantes de esta película. Así que volviendo al principio, e invirtiendo la idea de que Sigmur es un esteta, podemos decir que al revés, en el caso de Sky Captain es el impacto del radical planteo estético el que ctúa como inhibidor efectivísimo de las convenciones narrativas realistas.


Los Increíbles, pobres, viven en un universo más limitado que Sky Captain. Su mundo también es ucrónico, pero se ubica unas décadas más adelante, entre finales de los ’40 y mediados de los ’60, la supuesta época feliz norteamericana, tan bien representada por Robert Zemeckis en esa obra maestra llamada Back To The Future (ojo, hablo de la primera solamente). Los Increíbles son, antes y después de todo, una familia; una familia norteamericana; una familia de superhéroes. Son cerrados, como sólo una familia nuclear**** puede serlo. Y además, son buenos. Pero milagrosamente, no son aburridos. Aparte de los excelentes diálogos, que exprimen las penúltimas gotas a los estereotipos sexuales, etarios y generacionales, la historia es buena, en la mejor tradición de Pixar. Tan buena, y tan bien manejados los estereotipos, tan bien reforzadas las ideas de unión, de conflictos productivos, de complementariedad, que sin dudarlo afirmo que Los Increíbles es la mayor proclama cinematográfica a favor del matrimonio y la reproducción. Y de la feliz cerrazón que supone el emprendimiento de una familia.

El tema familiar liga subterráneamente con otra de las líneas de LI. Porque la peli es, evidentemente, una parodia del universo de los superhéroes. Específicamente, del universo de Marvel, que es, en sus mejores momentos, un universo primordialemente juvenil/adolescente. LI es todo lo contrario: familia, o sea, madurez y niñez. En cierto sentido, se lleva el modelo relacional de los 4 Fantásticos a sus extremos más ridiculizables, bebé con superpoderes ocultos incluído. Ahora, yo creo que LI es también una parodia de otra parodia a los superhéroes: me refiero al comic Watchmen, de Alan Moore. Watchmen inaugura un línea argumental que DC Comics ha aprovechado constantemente en diversas series (Kingdom Come, Dark Knight Returns y otras): la supresión legal de los metahumanos. Los Increíbles también se basa en esa idea nada ajena a los que nos divertimos con los exilios griegos. Pero, mientras Moore (el bueno, Alan*****) muestra un panorama de supehéroes decadentes, sombríos, solitarios, prostituídos, Bird nos propone un universo luminoso, donde la opresión es simple rutina oficinesca y la liberación pasa por la sana asunción de las propias cualidades superhumanas. ******

El aislacionismo del mundo norteamericano de Los Increíbles contrasta con el cosmopolitismo elegante de Sky Captain. Si a esto le sumamos la publicitada asociación de Pixar con la conservadora Disney, no es nada alocado denunciar, como se ha hecho, la cercanía ideológica de LI con el neopuritanismo de Bush y sus secuaces. Me permito, sin embargo, defender a LI en dos puntos:

1)Un poco de argumento: Syndrome, el malo, es un ex admirador infantil (un fanboy, claro) de Mr. Increíble, que, despechado porque este no lo acepta como ayudante, decide convertirse en un ser tecnológico-maligno (como Totenkopf) . En el clásico monólogo explicativo -que es una parodia al cubo, ya que estos parlamentos son explícitamente ridiculizados por los héroes-, Syndrome dice “todo lo hice por un poco de respeto. Países enteros están dispuestos a cualquier cosa por un poco de respeto”. Esta frase obviamente es una referencia a las naciones árabes rebeldes y, por algún motivo, escapó a los censores. Admito que está en una situación de enunciación desventajosa, porque es el antihéroe el que la pronuncia; pero me parece más importante el hecho de que esté ahí. Y si unimos esta evidencia al siguiente punto,

2)no aparece ninguna bandera norteamericana en toda la peli,

creo que podemos concluir que LI es inocente respecto a sus anticipadas acusaciones de republicanismo funcional. Por lo menos, es tan inocente como el resto del cine comercial, o sea, todo el que se ve en salas de cine.

Arranqué hablando de cualidades visuales de SC, un terreno que me resulta incómodo pero al que me veo arrastrado con frecuencia creciente, y no sólo por los motores del blog. La propuesta de LI, es, por un lado, más directa que la de SC, ya que es animación pura, pero por otro, tiene ciertas inconsistencias visuales. Me dice un fraterno fanático que Pixar trabaja desarrollando módulos miméticos y que en esta peli se concentraron en cosas como el pelo de los personajes –preocupación sutilmente trasladada al guión-, también me informa que Pixar está utilizando a Disney y que en unos años sus programadores estarán en condiciones de hacerle un proceso Matrix a nuestra propia realidad. Yo, por mi parte, creo que la virtud de Pixar reside no en sus cada vez complejas modelizaciones de movimiento, sino en la subordinación de lo visualmente novedoso a la creación de personajes efectivos a nivel narrativo. La mantención de varios tipos de caricaturiazción, por ejemplo, lejos de ser una inconsistencia es una afirmación de la calidad fantástica de la historia; Pixar reproduce tan bien que son esas caricaturas desparejas las encargadas de acallar las protestas ante obvias licencias narrativas. O sea, en LI las caricaturas apoyan a la narración de la misma manera que la coherente belleza de SC: apuntando y realzando a la historia en sí misma.

Las licencias narrativas de LI, sin embargo, son las imprescindibles para llevar adelante una historia de superhéroes y están lejos del nivel de riesgo, ensoñación y del "qué hubiera pasado si..." de SC; LI es, entre otras cosas, optimista y tranquilizadora. Lo que resulta en principio sorprendente es que estas dos películas comerciales son ejemplos elevados de una tendencia saludable que viene sosteniendo el cine de animación en la última década: su promoción de historias consistentes y arriesgadas. Yo creo que ese mérito constante no es casual. Las nuevas tecnologías están ayudando al cine a desprenderse de lo accesorio –actores, locaciones- y a concentrar el control artístico en la mano de guionistas directores. El resultado se acerca cada vez más a la narración pura. Un destino feliz, más allá del entretenimiento y más cerca del arte.

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*a los torpes subtituladores: Great World War es Gran Guerra Mundial, no Primera Guerra; adjetivar ‘primera’ es suponer, por lo menos, una ‘segunda’, que no tiene lugar en el universo de la peli.
**excepción: tolo lo británico sí aparece explicitado (instituciones, simbología), y aunque supongo que se debe a cierta asociación empresarial, funciona como lo británico en las pelis de James Bond: como un adorno.
*** los aficionados a la cartografía recibimos un plus plus plus de disfrute.
****quedó lindo, pero desambiguando: nuclear por central, pucha, otra vez, digo, por íntima, no por atómica.
*****Conran es de Flint, el mismo pueblo de Michael Moore.
******cuando digo propias, digo propias: Sigmur salió del cine pensando en no ocultar más sus poderes.