sábado, diciembre 4

Debo ser malo

No me conmueve la Teletón, me molesta. Supongo que, además de mi vileza intrínseca, es porque me resisto a aceptar la tercerización de la asistencia social. Crecí en una comunidad que se imaginaba a sí misma como un Estado de bienestar; si bien fui educado en su hora más oscura, la dictadura militar, la idea de una restauración democrática mantenía en pie la ilusión de la vuelta al funcionamiento de las instituciones batllistas. Así, que, para empezar, me incomoda la instauración oficial de estos nuevos mecanismos de asistencia. Porque significan la aceptación de la ruina del Estado. Porque trasladan al humor de los colaboradores la responsabilidad sobre la regularidad de la asistencia. Porque se basan en la asimetría del poderío mediático.

Admito que era más cómodo estar por fuera de las jornadas de beneficiencia organizadas por Julia Pou de Lacalle. En algunos lugares hasta era simpático decir que uno pasaba de esa obvia representación televisiva de las kermesses que las señoras bien solían organizar para la peonada. Además había una excusa política, ya que la irregular Acción Solidaria era pergeñada por la mujer de un presidente blanco. Pero Teletón está a un nivel nada risible en cuanto empresa mediática; su acabado funcionamiento proviene de la experiencia. Fue creada por Mario Kreutzberger (Don Francisco) hace más de veinte años en Chile, donde la gente es de por sí más favorable a esfuerzos colectivos voluntarios. De hecho, estuve hace poco allí, y tanto a nivel empresarial como individual, la indiferencia, no ya hacia la colaboración, sino hacia su difusión previa, es percibida como una ofensa pública, y también al revés: el logo de Teletón funciona como un sello de calidad ética para cualquier emprendimiento comercial.

No estoy en contra de la emisión y la publicación de imágenes impactantes. No me molesta ver en semi-cadena televisiva* niños sin columna vertebral tocar Para Elisa en un órgano Kawai, y tampoco me permito dudar de la eficacia de la repetición del mismo tipo de actos durante 48 horas. Aunque casi obligatoria, sigue siendo mejor que la programación habitual: un show de niños demasiado caros de mantener para esa gran clase media uruguaya, grande por la elastización que le permite comprender a empleados públicos que viven en cantegriles y a políticos privados como Isaac Alfie.

Por ahora no me animo a dudar acerca de la distribución de fondos de la empresas, como hacen los chilenos de AntiTeletón. Sí compruebo algunas de sus ventajas: jornadas de bondad, jornadas de purificación para conductores, colaboradores, contribuyentes. Purificación pública privatizada. Síganlos los buenos.

*Excepción: Canal 4.