martes, agosto 30

Leo

Hace algunos años, enojados y aburridos, esto es, con el humor que la Facultad promovía en los mejores, decidimos organizar un concurso de imitadores de Leo Masliah como manera de protestar por la ausencia del escritor de todo programa, charla, apunte o chisme de la carrera; nos pareció una manera entretenida de adelantar una incorporación fundamental al canon de las letras, incorporación que, aunque en aquella época no había ocurrido y aún hoy sigue sin llegar, será un evento que indefectiblemente habrá de tener lugar para engrandecimiento del listado de los escribientes nacionales.

Me tocó integrar el jurado del concurso y lo disfruté muchísimo. El primer premio se lo llevó el propio Masliah, que pseudonominado, afeitado y sin lentes ejecutó en un Casiotone versiones instrumentales de diversos temas de
Canciones Barias . El segundo lugar lo ocupó un cuento de Levrero; la imitación no estaba muy bien lograda, pero nos dimos cuenta que era él y hubiera sido un desaire no premiar su gesto. Se presentó también Esmoris, el de la antimurga, con un monólogo muy obvio, y me dí el gusto de descartarlo sin informarle a los compañeros del jurado que lo había reconocido. Del tercer premio ya no me acuerdo, aunque sé que la obra premiada no fue un texto ni una perfomance. Del cuento que voy a transcribir ahora tampoco me acordaba, pero me encontré la semana pasada con su creador, quien habia participado con el pseudónimo 'Menos Lía', y entre brindis y brindis me autorizó a reproducirlo. Se llama Laura, claro.

Con Laura dejamos de vernos en el '86. Al principio fue divertido: para reconocernos teníamos que tocarnos y normalmente terminábamos revolcados varias veces al día. De todos modos, la relación venía decayendo y aquella distracción no fue suficiente para salvarla. Ella decía que yo no la escuchaba, y ahora creo que era cierto.

Al tiempo me encontraba contándole mis penas sentimentales a un amigo mutuo en un mesa de bar. Yo estaba muy mal. Me sorprendió su confesión "ahora a Laura no la puedo ver". La sonrisa pícara con la que acompañó la frase me inquietó; al principio me pareció que se debía a lo exagerado su propia muestra de solidaridad. Luego comprendí: él también tenía que recurrir al tacto cuando estaba con mi pareja. Laura me engañaba con aquel tipo.

Luego de superar la tristeza y el enojo, me aboqué a la venganza. Decidí yo mismo traicionar a Laura saliendo con alguna de nuestras conocidas en común, exactamente de la misma manera que lo había hecho ella. Me resultó imposible. Todas aquellas mujeres se manifestaban inmediatamente encantadas de verme. Se preocupaban por mí. No servían.

El tiempo pasó, yo seguí mi propio camino. Dos años después, Laura me llamó. Quería arreglar las cosas. Había problemas que sólo podía hablar conmigo. Le dije que podía escucharla, pero que no quería verla. Precisamente, me contestó ella. A la semana se mudó a mi apartamento, y todavía está acá; creo que es ella.