El sobrino de Bernhard II
La sugerencia de un encuentro ginebrino entre el commentatore Warren y Borges me impulsó a buscar este fragmentito de mi sobrino favorito. De los dos nombres mencionados sólo tuve que cambiar uno, el de la calle, que paradójicamente es Millán en el original.
Decidimos cumplir la promesa de visitar todos los bares de la Mailandstraße y fue una suerte que lo hiciéramos yendo hacia el Centro, y no al revés, porque los kilómetros finales hubieran sido una verdadera tortura si recorridos en subida, puesto que para mí hubieran hecho imposible resistir el deseo de arrastrarme y para Georg hubieran hecho imposible resistir el deseo de arrollarse, eso se sabe, que el alcohol no afecta tanto al equilibrio como al control de las necesidades inmediatas, y que así como tantas relaciones comienzan formalmente gracias a la licencia que permite el alcohol, tantas otras terminan debido a las revelaciones externas que produce el alcohol, pero, en todo caso, puede decirse que la correspondencia exitosa de esas relaciones está decidida de antemano y que la bebida solamente ayuda a establecer las condiciones de su expresión desde el mundo mental hacia el mundo menos mental, solamente ayuda a desocultar, develar, no revelar, y era por eso que Georg y yo bebíamos con la intención de reencontrar al final de la calle algo que sabíamos que habíamos dejado en alguna parte, que en definitiva bebíamos para recordar, y era por eso que preferíamos el alcohol a las otras drogas, no por motivos administrativos sino por la posibilidad de emprender un rastrilleo conjunto y expansivo gracias a las propiedades incrementales de los efectos del beber, propiedades que podíamos comprobar periódicamente en cada cual hasta que finalmente obteníamos la licencia para arrastrarnos, en un caso, y arrollarnos, en el otro, siempre con la sensación de haber descubierto una nueva vocación por arrastrarnos o arrollarnos, de seguir avanzando arrastrándonos o de quedar en el camino arrollados sin importar la estación ni la Estación, porque qué tanto puede molestar un sobretodo cuando lo que uno necesita es arrastrarse cuesta arriba o quedarse arrollado en una cuneta de balneario, lo único importante era mantener el paso compañero, en un caso, o quedarse a hacerle guardia al feto, en el otro, sin asustarse por el silencio, en todo caso, y lo demás vendría por añadidura, el interés afectivo por nuestro experimento, el interés policial por nuestro experimento, el interés generacional por nuestro experimento, todo eso serían consecuencias laterales de haber recordado algo que habíamos olvidado y que ahora recordamos haber recordado un momento antes de abandonarnos al arrastramiento, en un caso, y al arrollamiento, en el otro.
Decidimos cumplir la promesa de visitar todos los bares de la Mailandstraße y fue una suerte que lo hiciéramos yendo hacia el Centro, y no al revés, porque los kilómetros finales hubieran sido una verdadera tortura si recorridos en subida, puesto que para mí hubieran hecho imposible resistir el deseo de arrastrarme y para Georg hubieran hecho imposible resistir el deseo de arrollarse, eso se sabe, que el alcohol no afecta tanto al equilibrio como al control de las necesidades inmediatas, y que así como tantas relaciones comienzan formalmente gracias a la licencia que permite el alcohol, tantas otras terminan debido a las revelaciones externas que produce el alcohol, pero, en todo caso, puede decirse que la correspondencia exitosa de esas relaciones está decidida de antemano y que la bebida solamente ayuda a establecer las condiciones de su expresión desde el mundo mental hacia el mundo menos mental, solamente ayuda a desocultar, develar, no revelar, y era por eso que Georg y yo bebíamos con la intención de reencontrar al final de la calle algo que sabíamos que habíamos dejado en alguna parte, que en definitiva bebíamos para recordar, y era por eso que preferíamos el alcohol a las otras drogas, no por motivos administrativos sino por la posibilidad de emprender un rastrilleo conjunto y expansivo gracias a las propiedades incrementales de los efectos del beber, propiedades que podíamos comprobar periódicamente en cada cual hasta que finalmente obteníamos la licencia para arrastrarnos, en un caso, y arrollarnos, en el otro, siempre con la sensación de haber descubierto una nueva vocación por arrastrarnos o arrollarnos, de seguir avanzando arrastrándonos o de quedar en el camino arrollados sin importar la estación ni la Estación, porque qué tanto puede molestar un sobretodo cuando lo que uno necesita es arrastrarse cuesta arriba o quedarse arrollado en una cuneta de balneario, lo único importante era mantener el paso compañero, en un caso, o quedarse a hacerle guardia al feto, en el otro, sin asustarse por el silencio, en todo caso, y lo demás vendría por añadidura, el interés afectivo por nuestro experimento, el interés policial por nuestro experimento, el interés generacional por nuestro experimento, todo eso serían consecuencias laterales de haber recordado algo que habíamos olvidado y que ahora recordamos haber recordado un momento antes de abandonarnos al arrastramiento, en un caso, y al arrollamiento, en el otro.
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