martes, mayo 17

Pequeños enigmas de Oriente

Tuve un profesor en la Facultad que pasó un tiempo estudiando en Brasil. Supongo que fue allá como tantos otros uruguayos que ansían destinos más glamorosos para sus postgrados pero que finalmente claudican ante las ventajas prácticas del cercano y poderoso sistema académico norteño. En el caso de este profesor mi suposición de lo frustrante que debió haberle resultado la localidad de su maestría no se basa en el conocimiento de sus motivos personales -conocimiento que espero jamás ocurra-, sino en su pobre manejo del portugués. Luego de completados sus cursos el hombre volvió a nuestraUniversidad a impartir sus recientemente adquiridos saberes; esto es, se volvió un divulgador disimulado de la obra teórica de Haroldo de Campos. El profesor uruguayo tenía la costumbre de explicar al maestro brasileño sin citarlo expresamente, recuriendo a veces a la figura de Ernst Fenollosa, el orientalista y filósofo inspirador de, entre otros, el poeta Ezra Pound.

Una tarde, estudiando para un examen, compruebo que el profesor uruguayo emplea en uno de sus pequeños manuales el término signólogo para definir la profesión del mencionado Fenollosa. La palabra signólogo no existe en español; tampoco en portugués. Para descartar un posible error de tipeo esperé a preguntarle personalmente qué cosa era un signólogo, a lo que el profesor me respondió que, obviamente, era alguien que estudiaba los signos. Entonces confirmé con alegría que él ignoraba que el prefijo sino significa referido a China. Y además, comprendí que él tenía una concepción empobrecedora del idioma portugués: si la palabra es distinta, seguro le falta algo; a pessoa le faltan varias letras para llegar a persona, a estudo le falta una i para ser estudio, y a sinólogo le falta la g para convertirse en la más elegante e inexistente signólogo.

Me acordé de este episodio estudiantil ayer, al encontrar un simpatíquisimo librito de difusión del taoísmo a cargo de un famoso escritor latinoamericano. El disparador de la asociación fue el siguiente fragmento:

En 1957 hice algunas traducciones de breves textos de clásicos chinos. El formidable obstáculo de la lengua no me detuvo y, sin respeto por la filología, traduje del inglés y del francés. Me pareció que esos textos debían traducirse al español no sólo por su belleza -construcciones a un tiempo geométricas y aéreas, fantasías templadas siempre por una sonrisa irónica- sino también porque cada uno de ellos destila, por decirlo así, sabiduría.

Está todo allí: la audacia al traducir, la conexión oriental y, más al fondo, el maestro Haroldo. Ahora les propongo un doble cuestionario:

1- ¿Quién es el docente que protagoniza la anécdota universitaria de los primeros párrafos?
a) Washington Benavídez
b) Nicteroy Neftalí Argañaraz
c) Pablo Schwartz
d) Julio Toyos

2- ¿Y el intrépido escritor-traductor del final?
a) Octavio Paz
b) Mario Benedetti
c) Jorge Luis Borges
d) Washington Benavídez

En estos casos es usual desestimular el uso de Google o similares, pero no viene nada mal hacer una búsqueda para corroborar el status de signólogo, un modesto aporte oriental a la lengua castellana.



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