lunes, enero 24

El sobrino de Bernhard

Un fragmento de Extensión, de L L Bigga.


Jamás el primo Uwe eludía un enfrentamiento frontal, y jamás se retiraba al borde del rectángulo, porque el lugar del primo Uwe era el centro, en todo sentido y desde todo sentido, el centro era el primo Uwe y el primo Uwe estaba en el centro, pero el primo Uwe no fanfarroneaba al respecto, más bien al contrario, predicaba silenciosamente su postura, el primo Uwe nos mostraba cómo pelear y luego se retiraba a ver a los otros sin jamás hacer comentarios ni mucho menos dar indicaciones en voz alta, pero obviamente permanecía allí y yo podía distinguir su mueca de desaprobación cuando alguno de los otros muchachos permanecía en la zona segura demasiado tiempo, pero era una gesto casi imperceptible, seguramente imperceptible para los que no lo conocían como yo, obviamente no podían conocerlo como yo puesto que yo era su primo y ellos eran simples veraneantes, gente de paso, aunque volviéramos a verlos al año siguiente eran gente de paso, extranjeros en cierto sentido, y verdaderamente extranjeros en algunos casos, pero, en todo momento, jugadores mediocres que sólo comprendían la grandeza del primo Uwe en su aspecto más evidente, esto es, en los triunfos deportivos del primo Uwe, en sus movimientos más distinguibles, los que a veces trataban de imitar, como si fueran parte de una estrategia superficial y no una actitud que nacía de la forma de ser del primo Uwe, esa forma de ser que él intentaba contagiar a todos esos jugadores, extranjeros al fin, extranjeros que con el tiempo captaban que el primo Uwe sólo disparaba a naves lanzadas al ataque, jamás a escuadrones rezagados, solamente a naves lanzadas, aunque es claro que algunas veces una bala perdida alcanzaba a las naves formadas a lo lejos, y yo comprendía que el primo Uwe vivía esos yerros como fracasos, pero asimismo estoy seguro de que la mayoría de los otros jugadores, los extranjeros por así llamarlos, no veían en estos errores más que una justificación para los suyos propios y para su cobardía, puesto que muchos de ellos preferían atacar a enemigos en formación estática, cuando de alguna manera resultaban inofensivos, mas no así el primo Uwe, que sólo lo hacía por error, lo cual era evidente para mí, su primo, puesto que lo conocía bien y podía interpretar el cambio fugaz en su mirar, porque yo veía la pantalla y al primo Uwe, alternaba continuamente el objeto de mi atención, o al menos eso parecería a algún observador casual, porque ahora pienso que el verdadero objeto de mi atención era realmente el primo Uwe, el rostro del primo Uwe, pero que frente a los por así llamarlos extranjeros yo debía mirar hacia la pantalla puesto que estábamos allí para ver jugar al primo Uwe, para festejar cada destrucción de una escuadra enemiga lanzada, doscientos, cuatrocientos, ochocientos puntos allí, en el rincón más improbable de la pantalla, el primo Uwe conseguía lo que parecía imposible, esquivando naves y balas en el último instante, y solamente en el último instante, moviéndose como lo haría un torero, esto es, exactamente como lo haría un torero, en el centro, esperando el peligro y actuando con precisión elegante en el momento adecuado, no antes ni después, sino cuando fuera necesario, exento de toda cobardía y de toda ansiedad, enfrentando el peligro en el momento justo y de la manera justa, aunque el primo Uwe no dedicaba sus triunfos a nadie en particular, como luego comprobé que sí hacían los toreros, sino que permanecía concentrado en el devenir de la partida y yo entendía que el primo Uwe no reposaba en los momentos de tranquilidad, como otros jugadores, como yo mismo, sino que el primo Uwe esperaba, el primo Uwe se preparaba en las pequeñas pausas entre ataques y su vista y sus manos jamás estaban completamente relajadas, aunque eso pudiera parecer a los así llamados extranjeros, puesto que el primo Uwe estaba esperando el peligro y creo no equivocarme si afirmo que el primo Uwe siempre estaba esperando, en el centro, la aparición de lo que habría de venir y que así vivió hasta sus últimos días el primo Uwe y que aunque no siempre logré yo ser fiel a sus enseñanzas, sí las tuve presentes siempre, aún cuando por mi propia forma de ser me vi imposibilitado de seguirlas, siempre fui consciente de la distancia que había entre mis actos reales y el actuar ideal del primo Uwe, y esto fue así desde muy temprano, desde la ausencia forzada del primo Uwe y siguió siendo así luego de que el primo Uwe nos dejara definitivamente.