La culpa es nuestra
Siete personas muertas, más heridos, más mutilados, más heridos mentales, más mutilados emocionales. Todo eso en Young, hoy, para ayudar a juntar fondos para un hospital, o más bien, por nada. O por costumbre, por haber aceptado la costumbre de hacer payasadas para te den plata para hacer obras sociales para corregir las injusticias que tienen solución para soportar las injusticias que no tienen solución.
El capitalismo retardío pide show. Así proliferan teletones y demás aberraciones en nombre del bien. La lógica espectacular se apodera de todo, de los gestos de los niños y de la conducta de movimientos sociales. Una manifestación ecologista resulta indistinguible de una campaña publicitaria, ¿qué otra cosa fueron los gomones de Greenpeace? ¿Son muy distintos en la pantalla de esta gente que debía cinchar un tren y fue atropellada por los que empujaban desde el otro lado para terminar saturando la capaciad del hospital que pretendían ayudar? Todo el mundo transa por los quince segundos de fama y su traducción en dólares, se de cuenta o no, con entusiasmo o sin él. El desgano llega tarde o temprano, porque la intención está corrompida desde la raíz, desde que se acepta el intercambio de principios por publicidad. Así como la gente cambia de canal ante la repetición de las payasadas, las causas pierden credibilidad y se debilitan.
Hay algunos hijos de mil puta que salen con el pegotín de Achiquen el Estado cuando es obvio que hay que agrandar al Estado. Hay que mejorar los hospitales antes de que haga falta para que no haya que hacer payasadas para juntar plata para mejorarlos. Que haya muerto gente haciendo esas payasadas es sólo una exageración de la esencia maligna de ese intercambio del que hablo arriba. Si el el Estado fuera digno, jamás hubieran muerto esas personas, porque si el Estado fuera lo que debe ser, lo ridículo de su esfuerzo hubiera resultado evidente e inútil. El Estado es el único instrumento capaz de minimizar el lado terrible de lo contingente. Y, aún en este momento, es el Estado pobre el que está atendiendo a las víctimas más pobres y va a ser el Estado el que hará lo poco que se haga por ellos. Pero nos hemos acostumbrado a separar la idea de Estado de la idea de solidaridad por culpa de idiotas y de malintencionados cuando la idea de Estado es la solidaridad misma encarnada en el colectivo e independiente de la voluntad individual. De esa misma voluntad individual a la que apelan los idiotas y los malintencionados que piden donaciones, organizan teletones y obligan a la gente a hacer payasadas. Rating x publicidad x plata para obras: no debe ser así. No tiene por qué ser así. Nadie pide nacer, así que todo el sufrimiento que pueda ser ahorrado debe ser ahorrado por derecho. Ese derecho lo garantiza el Estado ¿quién más va a hacerse cargo de tanto gasto improductivo? Sólo el Estado fuerte asegura justicia en la disminución del sufrimiento.
No estoy en contra de que la gente haga payasadas; de hecho, admiro a la gente que se arriesga voluntariamente sin motivo alguno, porque hay ciertas contingencias terribles, bah, hay una contingencia terrible que no es minimizable y que no conviene olvidar. Pero la gente que murió no eran superhombres heroicos, era buenas personas atrapadas en un show maléfico. Así que ahora tiene que ir gente presa.
Que alguien vaya preso no va a frenar la máquina publicitaria -ni a poner el freno de mano que la locomotora debió haber tenido puesto antes de empezar la prueba espectacular-, pero va a poner en evidencia la estupidez y la maldad profunda que está detrás del tipo de programas como Desafío al Corazón y todas esas mierdas de teletones. Me da vergüenza ver el informativo de Canal 10, insistiendo en el aspecto judicial de la tragedia con la mayor frialdad pero con la mayor prisa, tratando de ganarse la inocencia a puro golpe de efecto. Que los juzguen en frío y que vayan en cana. Y ojalá que el Estado se dignifique para que la cárcel adonde vayan a parar no sea un lugar tan terrible.
El capitalismo retardío pide show. Así proliferan teletones y demás aberraciones en nombre del bien. La lógica espectacular se apodera de todo, de los gestos de los niños y de la conducta de movimientos sociales. Una manifestación ecologista resulta indistinguible de una campaña publicitaria, ¿qué otra cosa fueron los gomones de Greenpeace? ¿Son muy distintos en la pantalla de esta gente que debía cinchar un tren y fue atropellada por los que empujaban desde el otro lado para terminar saturando la capaciad del hospital que pretendían ayudar? Todo el mundo transa por los quince segundos de fama y su traducción en dólares, se de cuenta o no, con entusiasmo o sin él. El desgano llega tarde o temprano, porque la intención está corrompida desde la raíz, desde que se acepta el intercambio de principios por publicidad. Así como la gente cambia de canal ante la repetición de las payasadas, las causas pierden credibilidad y se debilitan.
Hay algunos hijos de mil puta que salen con el pegotín de Achiquen el Estado cuando es obvio que hay que agrandar al Estado. Hay que mejorar los hospitales antes de que haga falta para que no haya que hacer payasadas para juntar plata para mejorarlos. Que haya muerto gente haciendo esas payasadas es sólo una exageración de la esencia maligna de ese intercambio del que hablo arriba. Si el el Estado fuera digno, jamás hubieran muerto esas personas, porque si el Estado fuera lo que debe ser, lo ridículo de su esfuerzo hubiera resultado evidente e inútil. El Estado es el único instrumento capaz de minimizar el lado terrible de lo contingente. Y, aún en este momento, es el Estado pobre el que está atendiendo a las víctimas más pobres y va a ser el Estado el que hará lo poco que se haga por ellos. Pero nos hemos acostumbrado a separar la idea de Estado de la idea de solidaridad por culpa de idiotas y de malintencionados cuando la idea de Estado es la solidaridad misma encarnada en el colectivo e independiente de la voluntad individual. De esa misma voluntad individual a la que apelan los idiotas y los malintencionados que piden donaciones, organizan teletones y obligan a la gente a hacer payasadas. Rating x publicidad x plata para obras: no debe ser así. No tiene por qué ser así. Nadie pide nacer, así que todo el sufrimiento que pueda ser ahorrado debe ser ahorrado por derecho. Ese derecho lo garantiza el Estado ¿quién más va a hacerse cargo de tanto gasto improductivo? Sólo el Estado fuerte asegura justicia en la disminución del sufrimiento.
No estoy en contra de que la gente haga payasadas; de hecho, admiro a la gente que se arriesga voluntariamente sin motivo alguno, porque hay ciertas contingencias terribles, bah, hay una contingencia terrible que no es minimizable y que no conviene olvidar. Pero la gente que murió no eran superhombres heroicos, era buenas personas atrapadas en un show maléfico. Así que ahora tiene que ir gente presa.
Que alguien vaya preso no va a frenar la máquina publicitaria -ni a poner el freno de mano que la locomotora debió haber tenido puesto antes de empezar la prueba espectacular-, pero va a poner en evidencia la estupidez y la maldad profunda que está detrás del tipo de programas como Desafío al Corazón y todas esas mierdas de teletones. Me da vergüenza ver el informativo de Canal 10, insistiendo en el aspecto judicial de la tragedia con la mayor frialdad pero con la mayor prisa, tratando de ganarse la inocencia a puro golpe de efecto. Que los juzguen en frío y que vayan en cana. Y ojalá que el Estado se dignifique para que la cárcel adonde vayan a parar no sea un lugar tan terrible.
Etiquetas: y la puta que lo parió
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