Is it the R.O.U.?
Al comisario Otero le llevó meses, a mediados de los '60, descifrar qué clase de organización representaba una T dentro de una estrella de cinco puntas; a Fasano le toma pocas horas, luego de los incidentes en la Ciudad Vieja, decidir que las pintadas que encierran una A en un círculo son obra de radicales de izquierda vinculados al PT. Casualmente, es el mismo grupo al que acusa de desestabilizar la paz gremial de sus negocios. Su elección de culpables también conviene al gobierno que Fasano alcahuetea (y que se deja alcahuetear por él), feliz de que le surjan movimientos políticos por izquierda lo suficientemente ruidosos como para ocupar espacio en los noticiarios y lo suficientemente impresentables como para no constituir una molestia electoral.
La prensa de derecha, en cambio, actúa con más cautela. Interpreta el símbolo de la anarquía como producto de anarquistas. Se limita a publicar las iniciales de los procesados y no sus nombres completos, como hace La República. Previsiblemente, amplifica los reclamos por la renuncia de José Díaz, el ministro que nació muerto. En definitiva, intenta sacar provecho político de un hecho indudablemente político, aunque no sea un hecho político común.
La destrucción del viernes pasado es un hecho insólito en la historia local. Representa un tipo de protesta violenta, pero no corporativa. Organizada, pero no partidaria ni gremial. Su falta de intereses cortoplacistas confunde. Esta confusión es palpable no sólo en la inversión de roles que produjo en el sistema mediático: era posible graficarla en los gestos de desesperada incomprensión que un indignado policía dirigía al detenido esposado que yacía bajo sus pies, como mostraban las imágenes de Canal 12. En el mismo informativo, se pudo ver como un manifestante era sostenido por dos policías para que un uniformado de beige le propinara violentos puntapiés al estómago, que intercalaba entre cortos paseos de disimulo. Yo, por lo menos, nunca había visto una muestra similar de brutalidad, ni policial ni de ningún tipo, en ningún medio uruguayo refiriendo a una situación uruguaya.
Los defensores de los procesados también confunden y se muestran confundidos. Dudan entre reivindicar las acciones de un grupo que les es evidentemente ajeno (porque usan máscaras, porque son demasiado jóvenes para haber perdido revolución alguna) y entre pretender su inocencia. Los jueces en cambio, no se confunden, y el consenso en torno a o anacrónico de sus fallos es apenas superficial: sedición es la sentencia justa para aquellos que osan atacar la esencia de nuestro sistema, la propiedad privada.
La destrucción sin motivos inmediatos es un lujo que hasta ahora parecía reservado a las sociedades primermundistas. Pero, igual que otros biene suntuarios -internet, monstruos 4x4, los goles a tu celular- ha demostrado una inserción aceptable en el plato alto y limpio de la balanza social oriental. Cuando deje de ser inmotivada se volverá más impura, y por lo tanto, más tratable. Hasta entonces, seguirá habiendo confusiones y confusiones. Pero, ay, si tan sólo hubiera una sigla para poder nombrarla...
La prensa de derecha, en cambio, actúa con más cautela. Interpreta el símbolo de la anarquía como producto de anarquistas. Se limita a publicar las iniciales de los procesados y no sus nombres completos, como hace La República. Previsiblemente, amplifica los reclamos por la renuncia de José Díaz, el ministro que nació muerto. En definitiva, intenta sacar provecho político de un hecho indudablemente político, aunque no sea un hecho político común.
La destrucción del viernes pasado es un hecho insólito en la historia local. Representa un tipo de protesta violenta, pero no corporativa. Organizada, pero no partidaria ni gremial. Su falta de intereses cortoplacistas confunde. Esta confusión es palpable no sólo en la inversión de roles que produjo en el sistema mediático: era posible graficarla en los gestos de desesperada incomprensión que un indignado policía dirigía al detenido esposado que yacía bajo sus pies, como mostraban las imágenes de Canal 12. En el mismo informativo, se pudo ver como un manifestante era sostenido por dos policías para que un uniformado de beige le propinara violentos puntapiés al estómago, que intercalaba entre cortos paseos de disimulo. Yo, por lo menos, nunca había visto una muestra similar de brutalidad, ni policial ni de ningún tipo, en ningún medio uruguayo refiriendo a una situación uruguaya.
Los defensores de los procesados también confunden y se muestran confundidos. Dudan entre reivindicar las acciones de un grupo que les es evidentemente ajeno (porque usan máscaras, porque son demasiado jóvenes para haber perdido revolución alguna) y entre pretender su inocencia. Los jueces en cambio, no se confunden, y el consenso en torno a o anacrónico de sus fallos es apenas superficial: sedición es la sentencia justa para aquellos que osan atacar la esencia de nuestro sistema, la propiedad privada.
La destrucción sin motivos inmediatos es un lujo que hasta ahora parecía reservado a las sociedades primermundistas. Pero, igual que otros biene suntuarios -internet, monstruos 4x4, los goles a tu celular- ha demostrado una inserción aceptable en el plato alto y limpio de la balanza social oriental. Cuando deje de ser inmotivada se volverá más impura, y por lo tanto, más tratable. Hasta entonces, seguirá habiendo confusiones y confusiones. Pero, ay, si tan sólo hubiera una sigla para poder nombrarla...
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