lunes, setiembre 19

Lenguaje y religión en territorio enemigo

Hace unos años me invitaron, por un error que depués comprendí, a dar una conferencia en la Cátedra de Lingüística e Historia de la Universidad Católica, como parte de un ciclo que se llamaba "General Gregorio Álvarez - Papa Juan Pablo II". Tendría que haberme negado triplemente, pero, impulsado por colegas entusiastas, decidí participar con un ensayo escandaloso. El problema fue que, como el profesor Timofey Pnin, olvidé mi discurso prolijamente impreso, pero, a diferencia de él, no tenía ningún papelito para sustituirlo: tuve que balbucear de memoria los fragmentos que recordaba de aquel trabajito que había titulado, cautamente, como carnada, 'Lenguaje y religión'. Revisando unos ficheros me doy cuenta de que los encargados de publicaciones en esa cristiana universidad no sólo encontraron aceptable sino que además imprimieron un registro de mi ponencia y de todas las demás del ciclo. No puedo darme cuenta de si mi exposición fue alterada, pero sí doy fe de que el ciclo de charlas se llamaba como apunté más arriba y no como aparece en la revista, "Presidente Julio Mª Sanguinetti - Papa Juan Pablo II".



Sintéticamente: sostengo que los lenguajes de origen indoeropeo, y especialmente, aquellos desarrollados en Europa Occidental, carecen de toda relación con la voluntad teófila, e incluso, de toda relación con cualquier tipo de pensamiento animista.

Puedo ilustrar mi teoría a partir de un ejemplo concreto. En el idioma español tenemos lo que se llama oraciones con sujeto omitido o impersonales. Recordemos el ejemplo más utilizado en las lecciones escolares: "Llueve", y tengamos en mente a sus equivalentes alemán (Es regnet), inglés (It's raining), italiano (Piove), portugués (Chove), francés (Il pleut), latín (Pluit). Vemos que en español el sujeto, está, en verdad, casi completamente omitido, marcado solamente por la desinencia verbal, que apunta a una tercera persona del singular. En idiomas que precisan indicar la persona, como el francés, inglés y alemán, el sujeto se manifiesta efectivamente bajo la forma de una tercera persona neutra o pronombre expletivo: il, it, es.

Ahora los invito a hacer un experimento mental, un poco de historia genética del lenguaje. Imaginemos un homo sapiens remoto, un fundador ideal de nuestros idiomas occidentales. Imaginémoslo en una etapa en que supera la mera designación y ya maneja la estructura sujeto-verbo-predicado. Nuestro hombre precisa describir los fenómenos naturales, el accionar de lo elementos y de los astros. Suponemos a este hombre un ser primitivo, por lo tanto, carente de los actuales conocimientos científicos que explican el comportamiento de estos procesos. Por lo tanto, sería normal que nuestro antepasado atribuyera a espíritus, dioses, en fin, a presencias invisibles, la causa de los fenómenos naturales cuyo origen no se presenta en forma clara y directa. Y eso es lo que nos cuenta la historia que hicieron nuestros antepasados: que de creencias animistas pasaron a organizar religiones más elaboradas que, entre otras cosas, 'explicaban' los fenómenos naturales.

Ahora bien, esa supuesta vocación animista de nuestros antepasados debería haberse visto reflejada en el lenguaje que ellos fundaron, tal como ocurrió con otros aspectos de nuestra idiosincracia de especie (pienso, por ejemplo, en nuestra obsesión por la diferenciación sexual que aún hoy subsiste en la forma de artículos de género para determinar sustantivos claramente asexuados). Sin embargo, ello no ocurrió. Aún los idiomas indoeropeos más antiguos de los que tenemos conocimiento recurren, o bien a la oración con sujeto omitido, o bien a la atribución al propio objeto la causa del fenómeno ('el sol brilla', 'el viento sopla'), pero nunca aluden a una presencia invisible como causante de la acción inexplicable. Quiero decir, las formas 'Él llueve', 'Ellos hacen llover', o incluso 'Riega', 'Él nos riega' no son de uso ninguno de nuestros idiomas, cuando su formulación debería haberse producido efectivamente si nos atenemos a la historia 'oficial'.

No quiero entretenerlos repasando todas las teorías sobre sujeto-objeto, agente-paciente, que están en la base de este tema. Quiero llamar la atención sí sobre el hecho de que, incluso en aquellos lenguajes que precisan explicitar un agente, como el francés y el alemán, se opta por un sujeto neutro pero terreno, ordinario, y -aunque esto ya no refiera a los fundadores de nuestros idiomas sino a sus correctores medievales- en modesta letra minúscula. (Un comentario aparte: vemos que la reforma cristiana del lenguaje se limitó a alterar la ortografía pero no influyó en la sintaxis, o sea, en nuestras estructuras mentales profundas).

Qué quiere decir todo esto, bien, tal vez muchas cosas. Por lo menos, creo que contribuye a demostrar que el pensamiento religioso no es parte constitutiva de las particularidades que definen a nuestra especie. No puedo afirmar rotundamente que nuestros antepasados estuvieran dominados por una voluntad racional, pero sí es claro que, hace miles de años, dieron pruebas de un saludable escepticismo.