El Animal Ilustrado
-¡Mickey, no aguanto más! ¡YO SOY UN PERRO!
-Claro, Triblín. Vos sos un perro, yo soy un ratón. ¿Pero por qué no te vestís antes de que baje Minnie?
-¡Basta de hipocresía, Mickey! Donald anda por todos lados sin pantalones y nadie dice nada
-Sí... pero... es diferente
-¿Diferente? Entonces decime la diferencia entre Pluto y yo. ¿Por qué él puede andar en pelo, ladrar y cagar en el piso? ¿Eh? Mickey, ¡quiero cagar en el piso!
-Calma, Tribilín, no hagas eso... ¡esa alfombra salió cara!
Esta breve transcripción es el núcleo de una historieta de Daniel Paiva llamada 'Tribilín, volviendo a las raíces'. Apareció en el número 2 de la revista carioca Tarja Preta, que por pura casualidad, señor oficial, es parte de un cargamento de comics under brasileños temporalmente depositados en el Castillo Sigmur.
Desde niño me llamó la atención el apartheid perruno de Disney. A Pluto lo humanizó como hace todo el mundo, convirtiéndolo en mascota. Pero a Tribilín, entre otros, lo dotó, bueno, del habla y de esas otras cosas que expresan los seres humanos. Lo que saturaba mis pueriles axones era la coexistencia de ambos tipos de personaje, o más bien, ahora puedo decirlo, su yuxtaposición compartimentada. De ahí que la obra de Paiva me produzca un placer tan intenso, porque va a la raíz del problema sin ascender un gran escalón metadiscursivo, sino simplemente reutilizando la propia historieta. Y a pura voluntad, porque el trazo...
Hace poco me encontré con otro caso de historieta sobre historieta que, con la intención de parodiar, termina revelando una tensión interna no explicitada en la obra original. Me refiero a una cachada anónima sobre la vida sexual de Tintín y amigos. No es que hiciera falta ser muy sensible para descubrir la rabiosa misoginia del mundo de Hergé; de algún modo, una parodia en clave perversita era inevitable. Quiero decir, es posible encontrar versiones incestuosas de casi cualquier personaje de cómic -de casi cualquier cosa que se mueva, en realidad-, pero Tintín se la merece más que nadie.
Esto de Tintín y Milú pasó hace un tiempito, cuando buscaba historietas en alemán. Lo de la reversión de Tribilín y Pluto lo leí esta mañana de domingo, mientras la tele pasaba una versión desnaturalizada de Silvestre y Piolín. Al mediodía, un poquito después de atender Vértigo, empecé mi pretemporada verano incendiario ojeando Sobre la historia natural de la destrucción, del amigo Sebald. Edición de Anagrama (horrible traducción), página 53:
[el mantenimiento de ciertas costumbres pequeñoburguesas durante los bombardeos de Hamburgo] tiene algo de espantosamente absurdo y escandaloso, como sucede con los animales de Grandville, vestidos de personas y pertrechados de cubiertos, que se comen a sus congéneres.
Sebaldo se refiere seguramente a Vida privada y pública de los animales, una especie de sátira de la sociedad francesa de los años 1840. Con el anzuelo atravesado, me entero de que esta segura inspiradora de Granja de Animales fue un proyecto en el que participaron, además del ilustrador Grandville, escritores como Balzac, George Sand y Stendhal. Más interesante aún es la idea central: los animales se rebelan contra los humanos utilizando no la fuerza, sino un periódico, en el que cada bestia redacta las secciones a las que se siente más próxima. ¿Qué clase de caricaturas tendría ese diario?
Pero sigo con Pluto y Tribilín en mente. A los 8, llegué a pensar que Tribilín podía ser un perro superevolucionado y Pluto, uno normal. Esa idea no se me ocurrió solito. (Ni solo a mí: hace un tiempo, viendo una obra de teatro por el único motivo que vale la pena hacerlo acá, esto es, si la obra fue escrita por Maslíah, encontré la misma matriz: un inspector de Secundaria resulta ser, de manera absolutamente creíble, un perro evolucionado). Había visto, digo, había sido fascinado por Kamandi, de Jack Kirby. A mi barrio no llegaban historietas de Marvel sino sólo las de DC que editaba Novaro, así que fue de aquella contribución tardía de donde salieron los primeros rayos Kirby que rebotaron en mis córneas tiernitas, donde también impactaban fuerte Curt Swann, René Magritte y Osamu Tezuka (no es que hayan dejado de hacerlo, pero ahora tengo lentes y puedo y debo simular que justifico mis gustos). Bien, Kamandi vive en un mundo postnuclear, donde la mayoría de los humanos son subnormales en tanto otros mamíferos han desarrollado culturas guerreras; parece que el viejo Jack siempre había querido dibujar tigres montando caballos. En ese universo terrible, una de las pocas amistades que logra ganar Kamandi es, podrá creerse, la del Dr Canus. El mejor amigo del hombre es un perro humanizado.
-Claro, Triblín. Vos sos un perro, yo soy un ratón. ¿Pero por qué no te vestís antes de que baje Minnie?
-¡Basta de hipocresía, Mickey! Donald anda por todos lados sin pantalones y nadie dice nada
-Sí... pero... es diferente
-¿Diferente? Entonces decime la diferencia entre Pluto y yo. ¿Por qué él puede andar en pelo, ladrar y cagar en el piso? ¿Eh? Mickey, ¡quiero cagar en el piso!
-Calma, Tribilín, no hagas eso... ¡esa alfombra salió cara!
Esta breve transcripción es el núcleo de una historieta de Daniel Paiva llamada 'Tribilín, volviendo a las raíces'. Apareció en el número 2 de la revista carioca Tarja Preta, que por pura casualidad, señor oficial, es parte de un cargamento de comics under brasileños temporalmente depositados en el Castillo Sigmur.
Desde niño me llamó la atención el apartheid perruno de Disney. A Pluto lo humanizó como hace todo el mundo, convirtiéndolo en mascota. Pero a Tribilín, entre otros, lo dotó, bueno, del habla y de esas otras cosas que expresan los seres humanos. Lo que saturaba mis pueriles axones era la coexistencia de ambos tipos de personaje, o más bien, ahora puedo decirlo, su yuxtaposición compartimentada. De ahí que la obra de Paiva me produzca un placer tan intenso, porque va a la raíz del problema sin ascender un gran escalón metadiscursivo, sino simplemente reutilizando la propia historieta. Y a pura voluntad, porque el trazo...
Hace poco me encontré con otro caso de historieta sobre historieta que, con la intención de parodiar, termina revelando una tensión interna no explicitada en la obra original. Me refiero a una cachada anónima sobre la vida sexual de Tintín y amigos. No es que hiciera falta ser muy sensible para descubrir la rabiosa misoginia del mundo de Hergé; de algún modo, una parodia en clave perversita era inevitable. Quiero decir, es posible encontrar versiones incestuosas de casi cualquier personaje de cómic -de casi cualquier cosa que se mueva, en realidad-, pero Tintín se la merece más que nadie.
Esto de Tintín y Milú pasó hace un tiempito, cuando buscaba historietas en alemán. Lo de la reversión de Tribilín y Pluto lo leí esta mañana de domingo, mientras la tele pasaba una versión desnaturalizada de Silvestre y Piolín. Al mediodía, un poquito después de atender Vértigo, empecé mi pretemporada verano incendiario ojeando Sobre la historia natural de la destrucción, del amigo Sebald. Edición de Anagrama (horrible traducción), página 53:
[el mantenimiento de ciertas costumbres pequeñoburguesas durante los bombardeos de Hamburgo] tiene algo de espantosamente absurdo y escandaloso, como sucede con los animales de Grandville, vestidos de personas y pertrechados de cubiertos, que se comen a sus congéneres.
Sebaldo se refiere seguramente a Vida privada y pública de los animales, una especie de sátira de la sociedad francesa de los años 1840. Con el anzuelo atravesado, me entero de que esta segura inspiradora de Granja de Animales fue un proyecto en el que participaron, además del ilustrador Grandville, escritores como Balzac, George Sand y Stendhal. Más interesante aún es la idea central: los animales se rebelan contra los humanos utilizando no la fuerza, sino un periódico, en el que cada bestia redacta las secciones a las que se siente más próxima. ¿Qué clase de caricaturas tendría ese diario?
Pero sigo con Pluto y Tribilín en mente. A los 8, llegué a pensar que Tribilín podía ser un perro superevolucionado y Pluto, uno normal. Esa idea no se me ocurrió solito. (Ni solo a mí: hace un tiempo, viendo una obra de teatro por el único motivo que vale la pena hacerlo acá, esto es, si la obra fue escrita por Maslíah, encontré la misma matriz: un inspector de Secundaria resulta ser, de manera absolutamente creíble, un perro evolucionado). Había visto, digo, había sido fascinado por Kamandi, de Jack Kirby. A mi barrio no llegaban historietas de Marvel sino sólo las de DC que editaba Novaro, así que fue de aquella contribución tardía de donde salieron los primeros rayos Kirby que rebotaron en mis córneas tiernitas, donde también impactaban fuerte Curt Swann, René Magritte y Osamu Tezuka (no es que hayan dejado de hacerlo, pero ahora tengo lentes y puedo y debo simular que justifico mis gustos). Bien, Kamandi vive en un mundo postnuclear, donde la mayoría de los humanos son subnormales en tanto otros mamíferos han desarrollado culturas guerreras; parece que el viejo Jack siempre había querido dibujar tigres montando caballos. En ese universo terrible, una de las pocas amistades que logra ganar Kamandi es, podrá creerse, la del Dr Canus. El mejor amigo del hombre es un perro humanizado.
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