Cop Killer (Montevideo, Uruguay)
Trabajé en un lugar donde también había policías. Yo pasaba mucho rato en una sala que había al fondo, por culpa de la cafetera. Los policías también. Generalmente coincidía a solas con alguno de ellos. Los meses y la curiosidad fueron limando mi silencio militante. Descubrí porqué tomaban el café con tanta azúcar: no almorzaban. A veces los veía mojar panes que dejaban las civiles a dieta.
También entendí porqué siempre tenían frío, aún cuando fuera el peor de los veranos. Precisaban trabajar horas extra, así que hacían jornadas de 18 horas. De la comisaría iban a donde yo trabajaba, sin paradas. Así que la insistencia en el buzo y la campera raída no era amor por el uniforme, sino hipotermia por falta de sueño y alimento.
Todos eran muy flacos y el más joven impresionaba por su altura. Le faltaban algunos dientes. Se decía depresivo. Salía con una enfermera que le conseguía medicamentos. Odiaba ser policía, pero no encontraba otro trabajo. Estuvo mucho tiempo arrestado por perder su revólver. En realidad lo había vendido. Le dieron otro al salir.
El más viejo no era tan viejo, pero estaba muy desgastado. Tenía un ciclomotor que no era de él. Se lo habían dado en custodia porque el supuesto dueño, luego de denunciarlo robado, no lo había reclamado. Adoraba la motito. Pasaba hablando de aceites, consumo de combustible, accidentes evitados. Tenía que usar el uniforme para manejarla sin temor a que lo pararan. No conseguía el carnet de conductor porque el examen estaba mal hecho, según él. También hablaba mucho de su videograbador, que estaba comprando en doce cuotas. Siempre tenía que haber alguien en casa, porque si no era muy probable que se lo robaran. Vivía al lado de un cantegril. Muchos de los chorros no lo querían, por ser policía. Estaba acostumbrado a eso. Sí le dolía que otra gente no lo saludara cuando lo veía por la calle. Supongo que también le molestaba que lo saludaran disimuladamente, como hacía yo. Él decía que no podía entenderlo, porque en algún momento todo el mundo precisa un favor de un policía.
También entendí porqué siempre tenían frío, aún cuando fuera el peor de los veranos. Precisaban trabajar horas extra, así que hacían jornadas de 18 horas. De la comisaría iban a donde yo trabajaba, sin paradas. Así que la insistencia en el buzo y la campera raída no era amor por el uniforme, sino hipotermia por falta de sueño y alimento.
Todos eran muy flacos y el más joven impresionaba por su altura. Le faltaban algunos dientes. Se decía depresivo. Salía con una enfermera que le conseguía medicamentos. Odiaba ser policía, pero no encontraba otro trabajo. Estuvo mucho tiempo arrestado por perder su revólver. En realidad lo había vendido. Le dieron otro al salir.
El más viejo no era tan viejo, pero estaba muy desgastado. Tenía un ciclomotor que no era de él. Se lo habían dado en custodia porque el supuesto dueño, luego de denunciarlo robado, no lo había reclamado. Adoraba la motito. Pasaba hablando de aceites, consumo de combustible, accidentes evitados. Tenía que usar el uniforme para manejarla sin temor a que lo pararan. No conseguía el carnet de conductor porque el examen estaba mal hecho, según él. También hablaba mucho de su videograbador, que estaba comprando en doce cuotas. Siempre tenía que haber alguien en casa, porque si no era muy probable que se lo robaran. Vivía al lado de un cantegril. Muchos de los chorros no lo querían, por ser policía. Estaba acostumbrado a eso. Sí le dolía que otra gente no lo saludara cuando lo veía por la calle. Supongo que también le molestaba que lo saludaran disimuladamente, como hacía yo. Él decía que no podía entenderlo, porque en algún momento todo el mundo precisa un favor de un policía.
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